sábado, 10 de diciembre de 2011

Buceando hacia el naufragio - Adrienne Rich

Después de haber leído el libro de los mitos,
y puesto un rollo en la cámara,
y probado el filo del cuchillo,
me pongo la armadura de látex negro
las absurdas aletas
la máscara grave y molesta.
Tengo que hacer esto
no como Cocteau con su
equipo asiduo
a bordo de la goleta inundada de sol
sino aquí sola.

Hay una escalera.
La escalera está siempre allí
colgando inocentemente cerca
al costado de la goleta.
Sabemos para qué sirve,
nosotros que la hemos usado.
Si no,
no es más que otra pieza de soga marina,
una herramienta entre otras.

Desciendo.
Peldaño a peldaño y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
los claros átomos
de nuestro aire humano.
Desciendo.
Las aletas me entorpecen,
repto como un insecto escalera abajo
y no hay nadie
que me diga cuándo va a empezar
el océano.

Primero el aire es azul y después
más azul y después verde y después
negro estoy por desmayarme y sin embargo
mi máscara es fuerte
bombea mi sangre con fuerza
Y ahora: es fácil olvidar
para qué vine
entre tantos que han vivido
siempre aquí
agitando sus abanicos festoneados
entre los arrecifes
y además
aquí abajo se respira diferente.

Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos.
Las palabras son mapas.
Vine a ver el daño que se hizo
y los tesoros que todavía quedan.

Acaricio el rayo de luz de mi linterna
despacio a lo largo del flanco
de algo más permanente
que un pez o un alga

aquello por lo que vine:
el naufragio, no la historia del naufragio
la cosa misma, no el mito
el rostro ahogado siempre con la vista fija
en el sol
la evidencia del daño
gastada por la sal y el vaivén hasta adquirir esta belleza transparente

las costillas del desastre
que tuercen sus aseveraciones
entre los merodeadores tentativos.

Este es el lugar,
Y yo estoy aquí, la sirena cuyo oscuro cabello
ondea negro, el sireno en su armadura
Damos vuelta en silencio
alrededor del naufragio
buceamos hacia la bodega.

Yo soy ella: yo soy él
cuyo rostro ahogado duerme con los ojos abiertos
cuyos pechos todavía aguantan el peso
cuyo cargamento de plata, cobre, bermellón yace
oscuramente dentro de barriles
medio trabados y abandonados a la podredumbre

somos los instrumentos medio destruidos
que una vez indicaron el rumbo
el cuaderno de bitácora corroído por el agua
el compás atascado

Somos, soy, sos
por cobardía o por coraje
el que encuentro nuestro camino
de regreso a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que
nuestros nombres no figuran.



Traducción: Fabían O. Iriarte.-

sábado, 19 de noviembre de 2011

Eso - Czelaw Milosz


Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí.
Gritar: gente, les mentí
diciendo que eso no estaba en mí,
cuando eso está ahí siempre, días y noches.
Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables,
sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus,
aretes, espejos, el deslizar de un tirante,
escenas de alcoba y de campos de batalla.
Escribir fue para mí estrategia de protección,
de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle
aquél que alcanza lo prohibido.

Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé, lagos
con puentecillos entre cedazos, valle
en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer,
y confieso que mis estáticos halagos a la existencia
sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo,
Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar.

Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando
atraviesa la ciudad ajena, congelada.

Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse
los pesados cascos de los gendarmes alemanes.

Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el mundo
real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte.

Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien
que entendió que fue abandonado para siempre.

O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable.

Porque eso significa enfrentar un muro de piedra
y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras súplicas.

Carta a Raja Rao - Czeslaw Milosz


Raja Rao, cómo quisiera saber
la causa de esta enfermedad.

Por años no pude aceptar
que el sitio en que estaba era mi sitio.
En otra parte estaba mi lugar.

La ciudad, los árboles,
las bocas de los hombres,
no eran, no estaban.
Vivía en un perpetuo irme.

En algún lado había una ciudad real,
árboles reales, voces, amistad, amor, presencias.

Atribuye, si quieres, este caso peculiar,
al borde de la esquizofrenia,
a la mesiánica esperanza
de mi civilización.

Infeliz bajo la tiranía,
infeliz en la república:
en una, suspiraba por la libertad,
en otra, por el fin de la corrupción.

Construía en mi alma una ciudad,
permanente, la prisa desterrada.

Al fin aprendí a decir: ésta es mi casa,
aquí ante la lumbre del crepúsculo marina,
en esta orilla frente a la orilla de tu Asia,
en esta república moderadamente corrompida.

Raja, nada de esto me ha curado
de mi pecado, de mi vergüenza.
La vergüenza de no ser
aquel que pude ser.

La imagen de mi ser
crece gigantesca en el muro
y aplasta mi sombra miserable.

Por eso creo en el Pecado Original,
que no es nada sino la primera
victoria sobre el yo.

«Atormentado por el yo y por él engañado»:
te doy, ya ves, un fácil argumento.

Te oí hablar de la liberación:
idéntica a la de Sócrates
la sabiduría de tu guru.

No, Raja, yo debo empezar
desde lo que soy.
Soy los monstruos que habitan mis sueños,
los monstruos que me enseñan quién soy yo.

Si estoy enfermo, ¿quién puede decir
que el hombre es una criatura sana?

Grecia tenía que perder, su pura inocencia
tenía que hacer más intensa nuestra agonía.

Necesitábamos a un Dios que nos amase,
no en la gloria de la beatitud: en nuestra flaqueza.

No hay alivio, Raja,
mi suerte es agonía y pelea,
abyección, amor y odio a mí mismo:
orar por el Reino y leer a Pascal.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Voy a hablar de la esperanza - Cesar Vallejo



Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

martes, 18 de octubre de 2011

El Libro de las Preguntas/La Parte del Bien - Edmond Jabes


Tú eres rico. La palabra te es dada.
REB ELAIM

Te dejé morir, Yukel. Estaba a tu lado cuando bebiste el veneno. Podía impedírtelo, pero tu mirada no toleraba que yo interviniese para modificar tu decisión. Asistí a tu agonía, en la sombra. Tú mirabas fijamente la pared. No besaste una sola vez la imagen de Sara.

Bajé las escaleras de tu casa apoyándome en la barandilla. Estaba muy cansado. Temía al día, a la calle. Fui andando hasta mi morada y, en mi cama, dormí hasta el alba. Empezó para mí una nueva vida; una muerte malaventurada. ¿Era quizá mi destino denunciar el sufrimiento de que te liberaste suprimiéndote? Pero yo no tengo ni oídos ni boca. Y nada atrae ya a mis ojos.

Tú eras mi respiración, y Sara el grito de mi verdad maltratada. La verdad es semejante a una adolescente. Se puede hacer todo con ella, pero también se puede hacer mucho por ella. Se puede morir o vivir bajo su ley.

Estaba a tu lado, Yukel, cuando tus manos se aferraban a la sábana. Tus estertores -¿tan débiles eran?- no inquietaban a nadie en torno a nosotros. Entraste enseguida en coma y te quedaste rígido pocas horas después. No esperé a que viniesen a llamar a tu puerta. Huí.

Tu amante se marchitó en el infierno de las flores. La demencia, más tarde, la sostuvo. Se diría que sus gritos, hoy, son más desesperados. Manan de su ser dolorido, de ese cuerpo indefenso que el alma vuelve tan transparente como luz.

Se ven sus huesos como un paisaje desvelado por la carne. Se ven los dientes a través de la mejilla.

¿Adónde iré, desdoblado?



Un escritor se evade con los vocablos y, de ellos, algunos, a veces uno o dos, le siguen a la muerte. Un vocablo es primero una colmena y después un nombre. Dos nombres se disputaban mi corazón y mi mente. Los encontré en la hondo de mí mismo y su existencia era la que yo había, en las tinieblas, vivido. Como tú, ayer, estoy agotado. Mi pasado está lastrado de expolios, de persecuciones. Mi pasado inclina la cabeza hacia un respaldo ilusorio, un hombro compasivo o mi mesa.

No tengo ya ambición. Soy el paso abierto de la luz adonde me arrojaste.

«¿Qué es un escritor? , preguntaba a un narrador célebre Reb Hod. ¿Un hombre de letras? No, seguro, sino una sombra que lleva a un hombre.»

Tú eras ese hombre, Yukel, ese hombre y ese mártir.

Me eclipsaré, en breve.

Volviste de los campos de concentración culpables para consagrarte a tu última hora y mis folios huelen a las cenizas de tu fe.

El libro es un momento de la herida o la eternidad.

El mundo se limita a nosotros.

sábado, 8 de octubre de 2011

28 de Julio de 1962 / Diarios - Alejandra Pizarnik



I 
Cuando yo muera, ¿quién me va a decir? —le dije como rogándole. Pero ni yo sabía el alcance de la pregunta, la calidad especial de ese amor secreto. Me miró con piedad; tal vez era eso lo que yo esperaba: que me dijera:

—Yo.

Y así comprometerlo hasta el fin de la eternidad, ya que no me atrevía a enumerar las frases habituales de una enamorada joven y viviente. Por eso le conté mi amor por otro, agregando lo la falta de correspondencia de ese amor. Y entonces, casi llorando, le dije:

—Y cuando me muera, ¿quién me lo dirá?

A la espera, sinuosa y enfurecida, de que se apiade de mi fingida locura amorosa por otro que por él y me diga:

—Yo.

Pero yo no sabía si él sabía o no sabía que mis palabras eran como máscaras solitarias paseándose a la altura de un rostro humano en una tarde de lluvia. Así flotaba mi extraño lenguaje. Y qué miedo tenía yo de que súbitamente me descubriese ar­mada de mi muerte y de palabras densas y pétreas, mintiendo ominosamente con la mirada y con los nombres:

—Hace tanto tiempo que lo conozco, tanto tiempo que lo amo... Ahora se ha ido no sé adonde, pero lejos, en todo caso, de mi persona enamorada. Como si la finalidad de su viaje fuera más un irse que un ir, un irse de mí, la que lo espera y espe­raba; aún lo esperaba cuando estaba él aquí, llenando con su presencia el amado lugar de su ausencia, obligándome a olvidar al ausente que yo amo para introducirme en el helado círcu­lo en que dos se aman solamente. He amado a solas tanto tiem­po que su rostro me ocultaba su rostro y sus ojos sus ojos y su voz su voz. He esperado tanto tiempo que viniera que cuan­do vino se fue.

Entonces vi que sus ojos eran de piedad. Casi vi llanto en sus ojos soñados. Pensé: «se puede morir de presencia». Pero apenas lo pensé supe que nunca, antes, había sufrido tanto. «Dile la verdad», me dije. «La estoy diciendo», me dije. «Pero no, la otra, la leve, dile que el otro no existe, dile que el otro es él.» (Corazón ciego, salta en tu cueva de pasiones contra­rias. Llévame al borde del delirio, en donde la soledad es pe­ligrosa, y rostros plateados e inertes cierran a la fuerza mis ojos de locura y de rabia.)

Cuando me vi a solas en el lugar que me dejó quise gritar mi nombre, para que al menos no supiera a quién dirigirme si me pasaba algo. Porque ya entonces presentí que lo peor que me iba a pasar era que nada me pasaría. Y también entonces me vi yendo como voy ahora: pequeña alucinada por las calles sucias, buscando en cada rostro la presencia del que solo aun ausente; vagando lentamente entre las viejas mendigas —que me prefiguran— y los viejos borrachos adheridos a canciones que nadie compuso nunca, que sólo sirven para un instante, para una sola calle, pues están hechas de delirios atroces y de palabras obscenas que quisieran ser puñales. Pero yo no bus­caba, he buscado hasta volverme ciega, pero no he buscado ni me he vuelto ciega.

Lo vi sonreír con su ternura inimaginable. Demasiada sonrisa para quien llevó tantos años su herida por donde sólo llovía sal. Casi le digo: «Solamente te amo a ti. Si te fueras para siempre, si solamente te fueras de mí para dejarme a mí contigo...». Pero repetí:

 —¿Quién se acercará a mi cadáver y me dirá: Estás muer­ta! Aunque no lo pueda escuchar lo sabré, algo en mí lo sa­brá, porque algo en mí no morirá conmigo, algo en mí espe­ró demasiado tiempo como para no poder oír esas palabras. ¿Quién lo dirá?

—Yo.

Lo miré. Estaba llorando. «Para llegar a esto te ha sido preciso miles de noches de insomnio, en una tensión que es­tiraba tus nervios hasta el otro lado de la noche, en la oscuri­dad esquiva donde las sombras baten sonidos que son sus nombres amados, en el desenfreno de una llamada inarticulada y torpe, en un rito cotidiano en el que tú, pálida y afiebrada, bebías alcohol para someterte más rápidamente a las leyes del amor que no sacia.» Lloraba por mí. «Demasiado tarde esta tiesta lujosa en honor de la muchacha polvorienta comida por el deseo. Demasiado tarde esta exhibición de piedad humana con sus límites y terminaciones. ¿Cuánto tiempo puede seguir llorando? ¿Cuánto han de darme sus ojos en esta noche impe­cable con estrellas que son estrellas y una luna real que no os­cila?

Quise decirle: «Ven a mí, ahora que nadie nos ve, ahora que lo verde de este maléfico jardín entró en la austeridad anóni­ma de una noche de verano. Ven a mí: si vienes, las estrellas seguirán siéndolo, la luna no se cambiará con colores ultrajantes ni habrá metamorfosis dañinas. Nadie verá que tú vienes a mí. Ni siquiera yo, pues yo ya estoy muy lejos, yo ya estoy en otro mundo, amándote con una furia que no imaginas. Ven a mí si quieres salvarte de mi locura y de mi rabia, ten piedad de ti y ven a mí. Nadie lo sabrá, ni siquiera yo, pues yo estoy vagan­do por las calles de otra ciudad, vestida de mendiga vieja, acoplando tus nombres a canciones obscuras que son como puñales para fijar mi delirio. Mi sangre, mi sexo, mi sagrada manía de creerme yo, mi porvenir inmutable, mi pasado que viene, mi atrio donde muero cada noche. Oh ven, nada ni nadie lo sabrán nunca. Aun cuando yo no lo quiera ven. Aun cuan­do yo te odio y te abandone, ven y tómame a la fuerza».

Una vez más el lenguaje se me resiste. No el lenguaje pro­piamente dicho si no mi deseo de conjurar mis deseos por medio de una detallada descripción de lo que deseo ver en alguna realidad hecha del material que quieran con tal de que no sea de palabras ni sobre el blanco temible de una hoja de papel. A veces es la sed, a veces el llanto de un abandono sin histo­ria. A veces lloro en mi sed, lloro por medio de mi sed, por­que a veces mi sed es mi comunión, mi manera de vivir, de testimoniar mi nacimiento, de librarme y de dar acto de fe. Pero a veces lloro lejanamente por la otra que soy, la evadida en mi sangre, la ilusionada, la aventurera que se fue en la noche a perseguir los tristes rostros que le presentó su deseo enfermo.

Si todo esto fuera verdad, qué pérdida estoy perdiendo, qué sufrimiento increíble no hace su orgía de expiaciones. Me gusta reírme de la persona humana en lo que tiene de absurda des­de los cabellos hasta el cuello. Sólo el sexo merece seriedad y consideración porque el sexo es silencio.

Si todo esto fuera verdad, qué hago que no me lloro en mi dineral. Vencida, resistida, derrotada, ultimada a garrotazos, a tiros, a puñaladas... y oh, cómo se resistía la salvaje mucha­cha de los ojos tan verdes, cómo se debatió en el estrecho lu­gar que le asignaron para perderse. Fue necesario una insistencia común, la ayuda de todas las asociaciones del infierno y del olvido para que alguien como ella se dejara quitar su rostro enamorado que sólo fue una máscara que sólo se hizo polvo.

Entonces le dije:

—Si me muriera ahora mismo, ¿quién injuriará a la muer­te? Lo pregunto de nuevo: ¿quién puteará hasta quedarse sin voz? ¿Quién dirá: es una pérdida magnífica, una pérdida lu­josa?

—No yo —dijo sonriendo.

—Entonces lo de antes, ¿fue una mentira? —dije. Pasos en el jardín. Un policía silba No dejes que las estrellas entren en tus ojos. Saco un cigarrillo y fumo.

—No yo —repitió con una voz cansada, monótona.

—Entonces, ¿el llanto era mentira? —dije.

Y me dije: «Si supiera qué poco me importa lo que dice. Si tupiera qué poco me importa cómo me mira. Si supiera qué poco me importa que su piedad sea amor o su amor indiferencia. Si supiera qué lejos estoy de los nombres y de las palabras, de la verdad, de la mentira, del cansancio, de la monotonía. Si supiera que no me importa morir así como no me importa vivir porque estoy ya muy cansada de mi enfermera y mi guardiana, de curar a la lejana que soy, a la evadida que me fui, a la maravillosa enamorada más sutil que el viento, detenida aho­ra por algún pecado insoluble, en su sitial de noche y de des­gracia, hermanada a la melancólica soledad de un lugar blan­co y pétreo donde ella llora su amor inexplicable».

Me levanté, me fui. fumaba a lo largo del Sena y cerca del quai Voltaire bajé a ver el río. Había mendigos bebiendo o silenciando o cantando o fornicando. Me acerqué a los que bebían y les dije:

—Cuando me muera muy pronto, si alguna vez muero, no recordarán el olor a tristeza del río, no recordarán el gusto del vino atado a la lengua, no recordarán el color de la noche en los ojos de los ahogados sino que recordarán mi voz, mis pa­labras que flotan como máscaras, como cascaras vacías que nunca contuvieron nada, y recordarán mis ojos verdes que pa­garon al amor el más alto tributo, y recordarán mi nombre que significó mucho para quien lo llevó como un arma en la noche de los grandes reconocimientos y del dolor sin desenlace. Así me dejé violar como tantas otras noches similares.

¿De dónde viene esta historia o historieta inarticulada? (De lo más profundo de su subconsciente, dice la famosa psicoana­lista Alejandra P.) Lo cierto es que me sume en una tristeza de habitación vieja y polvorosa, muy mal iluminada, de habitación que sólo yo conozco y de cuya tristeza hablaré algún día cuando esté menos asustada y exhausta que ahora, después de haber­me mandado este cuento o poema que me hace dudar de mi salud mental y que, en todo caso, me obliga a pensar en mí con verdadera conmiseración.

Bueno. Son las 12 de la noche. ¿Es que voy a volver a mi diario de horas del 55, cuando escribía mis importantes acon­tecimientos en una maldita prosa contemporánea a ellos? En esa época me levantaba y me ponía la ropa y mi diario íntimo (una especie de «prenda íntima») y antes de acostarme me desnudaba del diario y de la ropa. Ahora esos cuadernos se­rían ilegibles. Aunque tal vez no. Pero lo que no deseo es re­comenzar el juego antiguo del diario-prenda-íntima.

Son las 12 de la noche. Lo repito. Qué importa recomen­zar antiguos hábitos nocivos si el dolor es el mismo, hoy que en el año 55. Y dentro de cuarenta años, si vivo —es un de­cir; pero espero no estar en esta «farsa imbécil»—, si vivo, repito, escribiré con mano temblorosa: «Son las 12 de la no­che en mi augusta vejez solitaria. La noche está del otro lado de la ventana y yo, encerrada en una habitación vieja, polvo­rosa y mal iluminada. Me acuerdo de una noche del año 62 (creo que era el 28 de julio a las 24 horas): yo tenía miedo y para distraerme prefiguré mi vida: me imaginé en el año 2002 escri­biendo en una pieza —vieja, polvorosa, y mal iluminada—: "la noche está del otro lado de la ventana, etc., etc."».

Ahora son las 12.30 h. Si la maldita —vieja solitaria y mentirosa y sucia y borracha— que seré (tengo miedo) escribirá lo que digo ahora ello será la exacta prueba de que también para mi ha existido algo a modo de destino.

Pero no estoy angustiada (¿qué importa, por otra parte?) sino asombrada. Bueno, después de tanto «andar caminos, pasar trabajos... soles y lluvias», arribar («ser depositada por el viento» Real Academia Española—) y abrir los ojos a una noche extra-fin, confusa, en la que escribí el cuento-poema más extraño y confuso de mi vida. Esto me apena, me anonada, me sopla un viento enfermo —el que me deposita en la orilla de esta noche extraña, confusa—. Apenas respira ya quien no hizo sino fumar, toser y escribir un cuento que le duele. Ve con esta sombra ulcerada por tu mundo sediento. Ve con tu gusto a hospital. Rodeada de dese­chos, de cosas muertas que giran en tu memoria de princesa loca encerrada en tu torre de furia y de silencio.

Esta cosa confusa, esta nebulosa. Si te pudieras ayudar. Si en ti se hablara, se conversara, se hicieran polémicas y mesas redondas sobre tu confusión y tu extrañeza. Tengo miedo. Yo fui pequeña si mal no recuerdo, y ahora soy grande, creo. No es ésta la cuestión. Pero si en mí lloraran, si entonaran ende­chas y cantos de gemidoras al alba.

Una de la mañana. Se ha fumado hasta convertir la garganta en un pozo ciego donde merodean acechadores con hachas y antorchas. Incendiarios, por supuesto. Y me quemarán, y me mirarán volar por el aire y la tristeza y la confusión y la etcé­tera, etcétera.



28 de julio

Cuando yo muera, ¿quién me lo va a decir? (Esto le dije, pero mis palabras eran como máscaras solitarias caminando a la al­tura de un rostro en una tarde de lluvia.)

No eres tú la culpable de que tu poema hable de lo que no es. Si habla de lo que es quiere decir que alguien no vino en vez de venir.

Recién escribí un cuento que me hunde en una tristeza como de habitación polvorienta, vieja, mal iluminada. Son las 12 de la noche. Sin duda, dentro de cuarenta años, escribiré con mano tem-blorosa: son las 12 de la noche en mi augusta vejez. La noche está del otro lado de mi ventana y yo, encerrada en una habitación triste, polvorienta, mal iluminada. Me acuerdo de una noche de 1962 (era el 28 de julio a las 24 horas): yo tenía miedo y para distraerme prefiguré mi futuro; me imaginé en una noche del año 2002 escribiendo en una habitación vieja, polvorienta, mal ilumi­nada, un texto que comenzaba así: ha noche está del otro lado de la ventana, etc., etc.

Arribar... Dejarse ir con el viento (Diccionario de la Lengua Es­pañola).

Noche extraña, confusa. Escribí el cuento más extraño, el más confuso. Como si un viento enfermo —el mismo que me depo­sita en la orilla de esta noche extraña, confusa— me hubiese arrebatado sin desearlo él ni yo. Esto hice: fumar, toser y escri­bir un cuento que me duele.
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viernes, 7 de octubre de 2011

Ofelia - Arthur Rimbaud



I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

La voz - Charles Baudelaire


Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de que parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.

Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».

martes, 4 de octubre de 2011

Lisbon Revisited - Fernando Pessoa


Nada me ata a nada
Quiero cincuenta cosas a la vez
Anhelo con una angustia de hambre de carne
No sé bien qué-
Definidamente por lo indefinido
Duermo inquieto y vivo en un soñar inquieto
Como quien duerme inquieto, a medio soñar.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.
Corrieron cortinas sobre todas las hipótesis que podría ver en la calle.
No existe en la calle donde estuve el número de puerta que me dieron.

Desperté a la misma vida ante la que me había dormido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida sólo soñada me harta –hasta esa vida…

Comprendo a intervalos inconexos; Escribo en los lapsos del cansancio;
Y un tedio que es hasta del tedio me arroja a la playa.

No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin rumbo;
No sé qué islas del Sur imposible me aguardan náufrago;
O qué tramos de la literatura me darán al menos un verso.

No sé esto, ni otra cosa ni cosa alguna…
Y en el fondo de i espíritu, donde sueño lo que soñé,
En los campos últimos del alma donde rememoro sin causa
(Y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
En los caminos y atajos de las florestas lejanas
Donde supuse mi ser,
Huyen desmantelados los últimos restos
De la ilusión final,
Mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
Mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,
Ciudad de mi infancia pavorosamente perdida.
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? Pero ¿soy el mismo que aquí viví y aquí volví,
Y aquí de nuevo volví y volví,
Y aquí una vez más supe volver?
¿O son todos los Yo que aquí estuve o estuvieron,
Una serie de cuentas-entes unidas por un hilo-memoria,
Una serie de sueños sobre mí de alguien ajeno a mí?

Otra vez vuelvo a verte,
Con el corazón más lejano y el alma menos mía…

Otra vez vuelvo a verte –Lisboa y Tajo y todo-,
Transeúnte inútil de ti y de mí,
Extranjero aquí como en todas partes,
Casual en la vida como en el alma,
Fantasma errante por salones de recuerdos,
Entre el ruido de ratas y de tablas que crujen
En el castillo maldito de tener que vivir…
Otra vez vuelvo a verte,

Sombra que pasa a través de sombras y brilla
Un momento bajo una luz fúnebre desconocida
Y entra en la noche como la estela de un barco al perderse
En el agua que se deja de oir…

Otra vez vuelvo a verte,
Pero, ¡ay, a mí ya no me veo!

Se partió el espejo mágico en el que podía verme idéntico,
Y en cada fragmento fatídico sólo veo un pedazo de mí,
¡Un pedazo de ti y de mí!...

lunes, 3 de octubre de 2011

Pertenencias - Gastón Malgieri


Tengo
tanto arrabal aventurado en las cremalleras que me he dañado el esmalte berreta
de las uñas berretas
en los adoquines berretas
de esta metrópolis berreta
infecta de tanto cuerpo berreta
que ni siquiera puede llamársele cuero.

Tengo
un tajo dos virginia slim por la mitad levantados en las paradas de todos los colectivos que escupen el rouge violáceo de tanta señora sola, de tanta mariquita yirona, de tanto merodeador que tararea una cancioncita aprendida a los tumbos / pregonando el lastimero bajón de coca, el alucinógeno decir de la pastilla, la risita y la gula de la yerba.

Tengo
demasiada pornografía madruguera prendida con brochecitos a las retinas que me es imposible no advertir que tu fotografía vende al por mayor pescado podrido a lxs deseosos. Sí, yo también le he dedicado algunas manualidades a ese actor porno neozelandés.

Ahora, este deseo mío,
emocionalmente cursi,
avasalladoramente meloso tiene
néctares amargos para otro cuerpo menos artificioso,
menos publicitario,
menos liberacióncastrostrett.

Tengo
tanto alarido atragantado para los turros y tantas ganas de ganarme tu sonrisa tu abrazo tu saliva en un concurso de esos de la tele con muchas luces mucho papelito de color mucha bailarina en bolas mucha presentadora delineada con el bisturí morboso de la apariencia.

Tengo
tan solo unas monedas y ningún billete. Ninguna propiedad privada. Ningún pozo donde caerme dignamente muerto. Ninguna pala para cavarlo, ninguna intención de hacerlo.

Tengo
cinco poemas horribles publicados en las servilletas de los bares de retiro que nadie levanta del plastificado suelo. Allí esperarán que alguien se digne y me declare lumpen, muchachito con conciencia de clase, poeta rojo carmesí del desempleo. Y ni siquiera así habré de conseguir el llamado desde la exuniónsocialistasoviética para saber si siguen en pie las gestiones de mi carnecito de abyecto.

Un cuadernito rivadaviaforroaraña tengo,
donde figuran todas mis señas de identidad forjadas en la farsa, una foto con jazzy mel, un adn, dos causas penales, cuatro denuncias radicadas en el inadi por discriminación, una banderita con los colores del arcoíris que uso de repasador y dos cartas de lectores que jamás envié al diario de la trompetita .

Tengo
migrañas, insomnio, ataques de caspa, hongos, tentación por lo dulce, atracones de culebrones brasileros, delirios de greciacolmenares, de cierta lacio greciacolmenares, cierta pasión por la tristeza, dos golpes bajos y un laserdic de pinkfloyd irreproducible afanado de la multinacionaldisqueríadelatorre.

Eso, y una radiografía que muestra ciertas viscosidades engrupiendo mis pulmones.
Eso, y el alivio de no ser un miserable.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tirar Demasiado de la Cuerda - Woody Allen




Es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación; empezaba a pensar que era yo. Pero resulta que la física, como un familiar irritante, tiene to­das las respuestas. El big bang, los agujeros negros y el caldo primordial aparecen todos los martes en la sección de ciencias del Times, y gracias a eso mi comprensión de la teoría de la relatividad general y de la mecánica cuánti­ca está ahora a la altura de la de Einstein, o sea, de Einstein Moomjy, el vendedor de alfombras. ¿Cómo he podido vivir hasta ahora ignorando que en el universo hay cosas pequeñas del tamaño de la «longitud de Planck», que mi­den una millonésima de una milmillonésima de una mil-millonésima de una milmillonésima de centímetro? Si a ustedes se les cae una en un teatro a oscuras, imaginen lo difícil que sería encontrarla. ¿Y cómo actúa la gravedad? Y si de pronto dejara de actuar, ¿seguirían ciertos restau­rantes exigiendo chaqueta? Lo que sí sé de física es que, para un hombre situado en una orilla, el tiempo pasa más deprisa que para un hombre que se halla en un barco, so­bre todo si el hombre del barco va acompañado de su es­posa. El último milagro de la física es la teoría de cuer­das, que ha sido anunciada como una TDT, una «Teoría de Todo». Ésta puede explicar incluso el incidente de la semana pasada que aquí describo.

El viernes desperté y, como el universo está en expan­sión, tardé más de lo habitual en encontrar mi bata. Por este motivo salí con retraso para ir al trabajo y, como elconcepto de arriba y abajo es relativo, el ascensor en el que entré subió a la azotea, donde fue muy difícil parar un taxi. No olvidemos que un hombre que viajara en un cohete casi a la velocidad de la luz sin duda habría podido llegar a tiempo al trabajo, o quizás incluso un poco antes, y sin duda mejor vestido. Cuando por fin llegué a la ofi­cina y fui hacia mi jefe, el señor Muchnik, para explicar la demora, mi masa aumentó conforme aceleraba para acer­carme a él, lo que él interpretó como señal de insubordi­nación. Tras cruzar unas palabras enconadas, me aseguró que me descontaría ese tiempo del sueldo, que, en com­paración con la velocidad de la luz, es de todos modos muy pequeño. La verdad es que si tomamos como refe­rencia la cantidad de átomos de la galaxia Andrómeda, en realidad gano poquísimo. Intenté decírselo al señor Muchnik, quien me contestó que yo pasaba por alto que el tiempo y el espacio eran la misma cosa. Y juró que si esa situación cambiaba, me concedería un aumento. Seña­lé que si tenemos en cuenta que el tiempo y el espacio son una misma cosa, y que se tarda tres horas en hacer algo que resulta tener menos de quince centímetros de longi­tud, ese algo no puede venderse por más de cinco dólares. Lo bueno de que el espacio sea lo mismo que el tiempo es que, si viajas a los confines del universo y el trayecto dura tres mil años terrestres, cuando vuelvas tus amigos ha­brán muerto, pero no necesitarás Botox.

De vuelta en mi despacho, con la luz del sol entrando a raudales por la ventana, pensé que si de pronto estalla­ba nuestro gran astro dorado, este planeta saldría volan­do de la órbita y surcaría el infinito por los siglos de los siglos: otra buena razón para llevar siempre el móvil en­cima. Por otro lado, si algún día yo pudiera circular a una velocidad superior a trescientos mil kilómetros por se­gundo y volver a capturar la luz nacida hace siglos, ¿po­dría retroceder en el tiempo al antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero ¿qué iba a hacer allí? Prácticamente no co­nocía a nadie. En ésas estaba cuando entró nuestra nueva secretaria, la señorita Lola Kelly. Pues bien, en la discu­sión sobre si todo está hecho de partículas o de ondas, para mí que la señorita Kelly está hecha de ondas. Salta a la vista que ondula cada vez que se acerca al surtidor de agua. Y no es que no tenga buenas partículas, pero son las ondas lo que le permite obtener esas fruslerías de Tiffany's. Mi esposa también es más de ondas que de partículas, sólo que sus ondas han empezado a colgar un poco. O quizás el problema es que mi esposa tiene demasiados quarks. La verdad es que, últimamente, al verla, uno diría que se ha acercado demasiado al horizonte de sucesos de un aguje­ro negro y parte de ella -desde luego no toda ella ni mu­cho menos- ha sido absorbida. Eso le ha dado una forma un tanto extraña, que espero sea corregible mediante una fusión en frío. Yo siempre he aconsejado a todo el mun­do que se mantenga a distancia de los agujeros negros porque, una vez dentro, cuesta muchísimo salir y conser­var a la vez el oído musical. Si, por casualidad, uno cae en un agujero negro, lo traspasa y sale por el otro lado, pro­bablemente volverá a vivir su vida entera una y otra vez, pero quedará demasiado comprimido para salir y conocer a chicas.

Así pues, me acerqué al campo gravitacional de la se­ñorita Kelly y sentí vibrar mis cuerdas. Sólo sabía que de­seaba envolver sus gluones con mis bosones de gauge débil, introducirme por un agujero de gusano y pasar por un túnel cuántico. Fue entonces cuando me paralicé por el principio de incertidumbre de Heisenberg. ¿Cómo podía actuar si era incapaz de determinar su posición y veloci­dad exactas? ¿Y si de pronto yo provocaba una singula­ridad, es decir, una ruptura devastadora en el espacio y en el tiempo? Son tan ruidosas. Todo el mundo se volvería a mirar y yo me sentiría abochornado delante de la señorita Kelly. Pero es que la energía oscura de esa mujer atrae tanto. La energía oscura, aunque hipotética, siempre me ha puesto como una moto, sobre todo en una mujer con el mentón prominente. Concebí la fantasía de que, si lo­graba meterla en un acelerador de partículas durante cin­co minutos con una botella de Cháteau Lafite, me encon­traría junto a ella con nuestros quantos aproximándose a la velocidad de la luz y su núcleo entrando en colisión con el mío. Naturalmente, en ese preciso momento noté que me entraba un trozo de antimateria en el ojo y tuve que buscar un bastoncillo para quitármelo. Casi había perdi­do toda esperanza cuando ella se volvió hacia mí y habló.

-Lo siento -dijo-. Me disponía a pedir café y una pas­ta, pero ahora mismo no recuerdo la ecuación de Schrödinger. Qué tontería, ¿no? Se me ha ido de la cabeza, así sin más.

-Cosas de la evolución de las ondas de probabilidad -sentencié-. Y si vas a la cafetería, ¿podrías traerme una magdalena con muones y té?

-Cómo no -respondió con una sonrisa coqueta mientras ella adoptaba una forma de Calabi-Yau.

Sentí que mi constante de acoplamiento invadía su campo débil mientras unía mis labios a sus húmedos neutrinos. Al parecer, alcancé una especie de fisión, porque de pronto me encontré levantándome del suelo con un morado en el ojo del tamaño de una superno va.

Supongo que la física puede explicarlo todo salvo el bello sexo, aunque le dije a mi mujer que el cardenal se debía a que el universo no se hallaba en expansión, sino que se contraía, y yo no estaba atento.

domingo, 28 de agosto de 2011

Fragm. El Libro de las Preguntas - Edmond Jabes


Y Yukel habla:

Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.


domingo, 14 de agosto de 2011

The Thing I Am - Jorge Luis Borges


He olvidado mi nombre. No soy Borges
(Borges murió en La Verde, ante las balas)
Ni Acevedo, soñando una batalla,
Ni mi padre, inclinado sobre el libro
O aceptando la muerte en la mañana,
Ni Haslam, descifrando los versículos
De la Escritura, lejos de Northumberland,
Ni Suárez, de la carga de las lanzas.
Soy apenas la sombra que proyectan
Esas íntimas sombras intrincadas.
Soy su memoria, pero soy el otro
Que estuvo, como Dante y como todos
Los hombres, en el raro Paraíso
Y en los muchos Infernos necenarios.
Soy la carne y la cara que no veo.
Soy al cabo del día el resignado
Que dispone de un modo algo distinto
Las voces de la lengua castellana
Para narrar las fábulas que agotan
Lo que se llama la literatura.
Soy el que hojeaba las enciclopedias,
El tardío escolar de sienes blancas
O grises, prisionero de una casa
Llena de libros que no tienen letras
Que en la penumbra escande un temeroso
Hexámetro aprendido junto al Ródano,
El que quiere salvar un orbe que huye
Del fuego y de las aguas de la Ira
Con un poco de Fedro y de Virgilio.
El pasado me acosa con imágenes.
Soy la brusca memoria de la esfera
De Magdeburgo o de dos letras rúnicas
O de un dístico de Angelus Silesius.
Soy el que no conoce otro consuelo
Que recordar el tiempo de la dicha.
Soy a veces la dicha inmerecida.
Soy el que sabe que no es más que un eco,
El que quiere morir enteramente.
Soy acaso el que eres en el sueño.
Soy la cosa que soy. Lo dijo Shakespeare.
Soy lo que sobrevive a los cobardes
Y a los fatuos que han sido

Memoria Iluminada: Documental sobre Alejandra Pizarnik

Documental de 4 capitulos sobre Alejandra Pizarnik del canal Encuentro del Ministerio de Eduación. La serie, dirigida y escrita por Virna Molina y Ernesto Ardito, apunta a recorrer los principales conflictos y trances de su vida que le fueron dejando una profunda marca en su producción poética, en el contexto de rupturas y nuevas vanguardias que irrumpieron en los años sesenta y setenta.

Capitulo 1: Flora, ese ser imperfecto


Capitulo 2: Los Años Felices

Capítulo 3: El Retorno 


Capítulo 4: Final de Juego 


 

sábado, 13 de agosto de 2011

Hace apenas días - Hugo Mujica


Hace apenas días murió mi padre,
hace apenas tanto.
  
cayó sin peso,
como los párpados al llegar
la noche o una hoja
cuando el viento no arranca, acuna.
   
Hoy no es como otras lluvias
hoy llueve por vez primera
                             sobre el marmol de su tumba

bajo cada lluvia
podría ser yo quien yace, ahora lo sé,
                              ahora que he muerto en otro.

viernes, 5 de agosto de 2011

En el laberinto - Olga Orozco


Más de veinte mil días avanzando, siempre penosamente,
siempre a contracorriente,
por esta enmarañada fundación donde giran los vientos
y se cruzan en todas direcciones paisajes y paredes tapiándome la puerta.
No sé si al continuar no retrocedo
o si al hallar un paso no confundo por una bocanada de niebla mi camino.
Tal vez volver atrás sea como perder dos veces la partida,
a menos que prefiera demorarme castigando las culpas
o aprendiendo a ceñir de una vez para siempre los nudos de la duda y el adiós,
pero no está en mi ley el escarmiento, la trampa en el reverso del tapiz,
y tampoco podré nacer de nuevo como la flor cerrada.
Habrá que proseguir desenrollando el mundo, deshaciendo el ovillo,
para entregar los restos a la tejedora,
comoquiera que sea, en el extremo o en el centro, a la salida.
He visto varias veces pasar su sombra por algunos ojos,
cubrirlos hasta el fondo;
varias veces graznaron a mi lado sus cuervos.
Perdí de vista fieles paraísos y amores insolubles como las catedrales.
Encontré quienes fueron mis propios laberintos dentro del laberinto,
así como presumo que comienza uno más donde se cree que éste se termina.
Extravié junto a nidos de serpientes mi confuso camino
y me obligó a desviarme más de un brillo de tigres en la noche entreabierta.
Siempre hay sendas que vuelan y me arrojan en un despeñadero
y otras me decapitan vertiginosamente bajo las últimas fronteras.
Recuento mis pedazos, recojo mis exiguas pertenencias y sigo,
no sé si dando vueltas,
si girando en redondo alrededor de la misma prisión,
del mismo asilo, de la misma emboscada, por muchísimo tiempo,
siempre con una soga tensa contra el cuello o contra los tobillos.
A ras del suelo no se distingue adónde van las aguas ni la intención del muro.
Sólo veo fragmentos de meandros que transcurren como una intriga en piedra,
etapas que parecen las circunvoluciones de una esfinge de arena,
corredores tortuosos al acecho de la menor incertidumbre,
trozos desparramados de otro mundo que se rompió en pedazos.
Pero desde lo alto, si alguien mira,
si alguien juzga la obra desde el séptimo día,
ha de ver la espesura como el plano de una disciplinada fortaleza,
un inmenso acertijo donde la geometría dispone transgresiones y franquicias,
un jardín prodigioso con proverbios para malos y buenos,
un mandala que al final se descifra.
Ignoro aquí quién soy.
Tal vez alguien lo sepa, tal vez tenga un cartel adherido a la espalda.
Sospecho que soy monstruo y laberinto.

sábado, 30 de julio de 2011

Laberinto - Jorge Luis Borges

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolador.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojala fuera
éste el último día de la espera.

Fragm. Aprendizaje o el Libro de los Placeres - Clarice Lispector



Y agregó simple:
-Te amo.
Ella lo miró con ojos oscurecidos, pero sus labios se estremecieron. Quedaron en silencio por un momento.
-Tus ojos -dijo él, cambiando totalmente de tono- son confusos pero tu boca tiene la pasión que hay en ti y de la que tú tienes miedo. Tu rostro, Lori, tiene un misterio de esfinge: descíframe o te devoro.
Ella se sorprendió de que también él hubiera notado lo que ella veía de sí misma en el espejo.
-Mi misterio es simple: no sé cómo estar viva.
-Es que tú sólo sabes, o sólo sabías, estar viva a través del dolor.
-Eso.
-¿Y no sabes cómo estar viva a través del placer?
-Casi ya lo sé. Era eso lo que te quería decir.
Hubo una larga pausa entre los dos. Quien ahora parecía emocionado era Ulises. Llamó al camarero, pidió otro whisky.
Después de que el camarero se alejara, él dijo en un tono de voz como si hubiera cambiado de tema y sin embargo el tema era el mismo:
-Pues yo tuve que pagar mi deuda de alegría a un mundo que muchas veces me fue hostil.
-Vivir –dijo ella en ese diálogo incrongruente en el que parecía entenderse-, vivir tan fuera de lo común que sólo vivo porque nací. Yo sé que cualquier persona diría lo mismo, pero el hecho es que soy yo quien lo está diciendo.
-¿Todavía no te has acostumbrado a vivir? –preguntó Ulises con intensa curiosidad.
-No.
-Entonces es perfecto. Eres la verdadera mujer para mí. Porque en mi aprendizaje falta alguien que me diga lo obvio con aire extraordinario. Lo obvio, Lori, es la verdad más difícil de ver –y para no hacer solemne la conversación agregó sonriendo- ya Sherlock Holmes lo sabía.
-Pero es triste ver solamente lo obvio como yo y encontrarlo raro. Es tan raro. De repente es como si abriera mi mano cerrada y dentro descubriera una piedra: un diamante irregular en estado bruto. Oh Dios, ya ni siquiera sé lo que estoy diciendo.
Permanecieron en silencio.
-Nunca había hablado tanto –dijo Lori.
-Conmigo hablará toda tu alma, aún en silencio. Yo hablaré un día mi alma toda, y no nos agotaremos porque el alma es infinita. Y además de eso tenemos dos cuerpos que serán para nosotros un placer alegre, mudo, profundo.
Lori, ante la sorpresa encantada de Ulises, se ruborizó.

martes, 26 de julio de 2011

Dedicatorias - Adrienne Rich


Sé que estás leyendo este poema
tarde, antes de dejar la oficina
esa de la intesa luz amarilla y la ventana en penumbras
en el cansancio de un edificio que se diluye en la quietud
mucho después de la hora pico. Sé que estás leyendo este poema
en una librería, de pie, lejos del mar
una tarde gris a inicios de la primavera, con débiles copos de nieve
llegados desde el enorme espacio de praderas que te rodean.
Sé que estás leyendo este poema
en un cuarto donde tuviste que tolerar demasiado
las sábanas se ven revueltas, paralizadas sobre la cama
y la valija abierta habla de un vuelo
pero no puedes partir todavía. Sé que estás leyendo este poema
mientras el subte pierde impulso y antes de correr
escaleras arriba
hacia una clase de amor desconocido
que tu vida aún nunca permitió.
Sé que estás leyendo este poema a la luz
del televisor donde imágenes sin sonido irrumpen y se suceden
mientras esperas noticias de la intifada.
Sé que estás leyendo este poema en una sala de espera
entre ojos conocidos y hostiles, llena de empatía con extraños.
Sé que estás leyendo este poema bajo una luz fluorescente
con el aburrimiento y la fatiga de los jóvenes excluidos,
que se excluyen a sí mismos de la vida con excesiva rapidez. Sé
que estás leyendo este poema con la vista que te falla, que gruesos
lentes agigantan estas letras hasta borrar todo sentido, y aun así
persistes porque el abecedario mismo es valioso.
Sé que estás leyendo este poema mientras esperas que en la cocina
se caliente la leche, con un niño que llora en tus brazos, un libro en la
mano
porque la vida es breve y tú también estás sedienta.
Sé que estás leyendo este poema escrito en un idioma que no es el tuyo
adivinando ciertas palabras mientras otras te fuerzan a seguir
y yo quiero saber cuáles son esas palabras.
Sé que estás leyendo este poema con el deseo de oír algo, desgarrada
entre la amargura y la esperanza.
como quien regresa una vez más a la tarea indispensable.
Sé que estás leyendo este poema porque no queda
ya nada que leer
ahí donde llegaste, desnuda como estás.

de An Atlas of the Difficul World, 1991
Traducción: María Negroni

martes, 24 de mayo de 2011

Deprecación - Octavio Paz


“Debemur morti nos nostraque”
Horacio

No he sido Don Quijote,
no deshice ningún entuerto
                                              (aunque a veces
me han apedreado los galeotes)
                                                        pero quiero,
como él, morir con los ojos abiertos.
                                                             Morir
sabiendo que morir es regresar
adonde no sabemos,
                                    adonde,
sin esperanza, lo esperamos.
                                                   Morir
reconciliado con los tres tiempos
y las cinco direcciones,
                                        el alma
-o lo que así llamamos-
vuelta una transparencia.
                                           Pido
no la iluminación:
                              abrir los ojos,
mirar, tocar al mundo
con mirada de sol que se retira;
pido ser la quietud del vértigo,
la conciencia del tiempo
apenas lo que dure un parpadeo
del ánima sitiada;
                              pido
frente a la tos, el vómito, la mueca,
ser día despejado,
                               luz mojada
sobre tierra recién llovida
y que tu voz, mujer, sobre mi frente sea
el manso soliloquio de algún río;
pido ser breve centelleo,
repentina fijeza de un reflejo
sobre el oleaje de esa hora:
memoria y olvido,
                              al fin,
una misma claridad instantánea

2 / Breviario de los Vencidos - Emil Michel Cioran



"Y puso un querubín, que blandía flameante espada, para guardar el camino del árbol de la vida" (Génesis 3, 24).
    
Por ese camino he mendigado muchas veces. Y los caminantes, más pobres que yo, tendían sus manos vacías donde dejaba caer el óbolo de la esperanza. Y cuando caminaba así, en medio de esa multitud oprimida, el sendero se hundía en ciénagas y la sombra de las ramas del paraíso se perdía en el sinfin del mundo.

Ni modestia ni paciencia nos harán dueños de lo que perdió nuestro falta ancestro. Necesitamos un espíritu de fuego, y entonces ese querubín enemigo que afila armas y locuras, se derretirá en la pira de nuestra alma.

¿Nos ha cerrado el Todopoderoso todos sus caminos? Plantaremos entonces otro árbol aquí, donde no tiene guardianes, ni espada ni llamas. Crearemos un paraíso a la sombra de los suplicios y mansamente descansaremos bajo enramadas terrenales, como ángeles efímeros. Que Él se quede toda una eternidad donde no haya nadie; nosotros seguiremos pecando, mordiendo las manzanas que se pudren al sol. Amando las ciencias del pecado, seremos comparables a Él y, por mor del sufrimiento de la Tentación, más grandes aún.

Creyó Él que con la muerte nos haría esclavos y que le serviríamos. Pero nosotros, poco a poco, nos hemos acostumbrado a la vida.

Vivir: especializarse en el error. Burlarse de las verdades indubitadas, no hacer caso de lo absoluto, tomar a broma a la muerte y transformar lo infinito en azar. Sólo se puede respirar en lo más hondo de la ilusión. El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es pura bagatela.

Armados por los accidentes de la vida, asolaremos las crueles certezas que nos acechan. Cargaremos contra ellas, embestiremos contra las verdades, atacaremos las luces que nos ciegan. Quiero vivir, y por todas partes salta el espíritu contra mí, defensor de las causas del no-ser.

...Así, fiel a sí mismo, blande el hombro la espada en la cruzada de los errores.

jueves, 5 de mayo de 2011

28 / Décima Poesía Vertical - Roberto Juarroz



Eras el portado de la aventura,
El huésped de lo insólito,
Titular de los trajines del milagro,
Depositario de las rubricas del viento,
Capitán del azul inesperado,
Reinventor general de lo existente.

No importa que las costras de la vida
Sometieran tu heráldico penacho.
No importa que tu enorme expectativa
Se hundiera en los sarcófagos bruñidos.
No importa que tus manos siempre abiertas
Te las hayan cerrado con usuras.
No importa que tus sueños para todos
Se volvieran un sueño para nadie.

Basta sencillamente que hayas sido
Lo que alguna vez fuiste:
Un hueco de tos joven
En la cueva envejecida del mundo.

domingo, 17 de abril de 2011

5 / Décima Poesía Vertical - Roberto Juarroz



No prestar atención a las palabras,
salvo a aquellas que transportan
su propia carga de silencio.
El discurso del hombre es extrañamente opresivo,
pero algunas palabras quedan sueltas
como pájaros que caen de sus bandadas
y que una zona especialmente susceptible del aire
retiene y congrega.

No prestar atención tampoco a la escritura,
salvo a ciertas páginas desprendidas o rotas
que conservan fragmentos
de algunas historias que no parecen historias
o de un balbuceo con una extraña ilación,
papeles que el viento arremolina en los rincones.

Y ni siquiera prestar atención a lo callado,
porque el silencio del hombre es casi siempre
nada más que un terreno baldío,
cercado por unas tapias lastimosas
que impiden que lo arrastren las hormigas.

Además de la palabra y el silencio,
el verdadero lenguaje articula otras cosas,
por ejemplo,
el filo sin sosiego que lo hiere.

martes, 29 de marzo de 2011

Confianzas - Juan Gelman



Se sienta a la mesa y escribe
"con este poema no tomarás el poder" dice
"con estos versos no harás la Revolución" dice
"ni con miles de versos harás la Revolución" dice

y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán

no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos

ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos

"con este poema no tomarás el poder" dice
"con estos versos no harás la Revolución" dice
"ni con miles de versos harás la Revolución" dice
se sienta a la mesa y escribe


2 /Poesía Vertical - Roberto Juarroz



Pongo los ojos hacía atrás,
como alguna vez puse a dios hacia adelante
o el tacto pensativo con que he amado.

Y como alguna vez no puse nada,
 ni adelante ni atrás,
puse mi sombra
o quizá la de algo que no encuentro

Pongo los ojos hacia atrás
y me muero atrás mío,
me muero de no dios y de no alguien.

¿Será la muerte acaso
un puro ir hacia atrás,
un irse atrás sin nadie?

Olga Orozco - Olga Orozco


Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.

Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.

Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".

miércoles, 9 de marzo de 2011

Sábado 15 de 1978 /Diarios - Alejandra Pizarnik



Y de pronto, un gran cansancio, no de la vida, mas de la muerte. Pero no hablo de la muerte absoluta, hablo de este lento naufragio cotidiano en las aguas del pasado. Estoy cansada de todo ese mundo de complejos y frustaciones en que nos sustentamos yo y la gente que me circunda. Es un no dar más, en gran deseo de respirar aire puro, de reír, de mirar con naturalidad las cosas y a mí misma. Hoy se me ha revelado, con una fugacidad y fuerza increíbles, la posibilidad de ser. Todo fue espontáneo, como si hubiera encendido un cigarrillo. Me sentí bien, como si me hubieran aflojado las cadenas, aquellas que ni recordaba, tan resignada a la desesperación estaba. No creo en la felicidad. Pero quiero despojarme de esta tensión, de tanta vigilancia. Estoy fatigada de todas estas historias edipídicas, del odio espantoso de padres e hijos, estoy cansada de tanta interpretación sexual. Quiero vivir con naturalidad, limitarme, señalarme objetos posibles y luchar por ellos. Quiero liberarme del horror sin semejanzas de mi "amor imposible". Quiero, en suma, aprender muchas cosas, sobre todo, a escribir y a pensar. Cuento con una carencia casi absoluta de recursos internos, a pesar de tener dentro de mí un mundo tan vasto, pero es un mundo dependiente de mí, divorciado de mi yo, sólo unido a mí en ciertos instantes únicos. Es extraño desconocerlo tanto, como si fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella. Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad.

martes, 8 de febrero de 2011

Excursión a la Montaña - Franz Kafka


"No sé", grité sin eco, realmente no lo sé. Si no viene nadie es que precisamente viene "nadie". No le he hecho nada malo a nadie, , nadie me ha hecho a mí nada malo, sin embargo nadie me quiere ayudar. Absolutamente nadie. Pero tampoco es así. Sólo que nadie me ayuda, si no "nadie" sería muy hermoso. Me gustaría, por qué no, hacer una excursión en compañía de un puro nadie. Naturalmente a la montaña, ¿adónde si no? ¡Cómo se aprietan uno al lado del otro, esos nadie, todos esos brazos estirados y colgantes, todos esos pies, separados por pasos diminutos! Se entiende que todos visten frac. Nosotros vamos así, el viento atraviesa los espacios que nosotros y nuestros miembros dejan abiertos. ¡Las gargantas se tornan libres en la montaña! Es un milagro que no cantemos.

domingo, 16 de enero de 2011

Manifiesto (Hablo por mi diferencia) - Pedro Lemebel


No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.