viernes, 28 de diciembre de 2012

Esta es la edad - Antonio Gamoneda


Esta es la edad de hierro en la garganta. Ya.
Te habitas a ti mismo pero te desconoces; vives en una
bóveda abandonada en la que escuchas tu propio corazón
mientras la grasa y el olvido se extienden por tus venas y
te calcificas en el dolor y de tu boca
caen sílabas negras.

Vas hacia lo invisible
y sabes que es real lo que no existe.
Retienes vagamente tus causas y tus sueños
(aún conservas el olor a los suicidas).
te alimentan la ira y la piedad.
Queda poco de ti: vértigo, uñas
y sombras de recuerdos.
Piensas la desaparición. Acaricias
la tiniebla cerebral, bajas al hígado calcinado por la tristeza.

Así es la edad de hierro en la garganta. Ya
todo es incomprensible. Sin embargo,
amas aún cuando has perdido.

Tormentos - Emil Cioran


La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos. No sé cómo distraerlos, cómo atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado. Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aun cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física. ¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aun estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca.

viernes, 26 de octubre de 2012

Ya no será - Idea Vilariño



Ya no será...

Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Fragm. Más allá del tiempo - David Grossman


Y en medio de todo eso, de repente
me caigo
me hundo,
soy solo
la sombra de la sombra
del que camina allí
solitario, del
que está inscribiendo en mi tierra
con unos pasos muy pesados
el veredicto:
en todo lo que existe,
en todo lo que existe
(ahh, mi niño
pequeño, mi preciosa-
pérdida)-
en todo lo que existe
desde ahora
resonará el eco
del no existir

martes, 25 de septiembre de 2012

Entrevista a Alejandra Pizarnik


Por Marta Isabel Moia [*]

Entrevista de Martha Isabel Moia, publicada en El deseo de la palabra, Ocnos, Barcelona, 1972.
* Todos los asteriscos que aparecen hasta el final del texto hacen referencia a poemas de Alejandra Pizarnik.

M.I.M. - Hay, en tus poemas, términos que considero emblemáticos y que contribuyen a conformar tus poemas como dominios solitarios e ilícitos como las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como la muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín, bosque, palabra, silencio, errancia, viento, desgarradura y noche, son, a la vez, signos y emblemas?
A.P. - Creo que en mis poemas hay palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad: las de la infancia, las de los miedos, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. 0, más exactamente, los términos que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.

M.I.M. - Empecemos por entrar, pues, en los espacios más gratos: el jardín y el bosque.
A.P. - Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: - «Sólo vine a ver el jardín». Para Alice y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea Eliade, el centro del mundo. Lo cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín del recuerdo- sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.

M.I.M. - En cuanto a tu bosque, se aparece como sinónimo de silencio. Mas yo siento otros significados. Por ejemplo, tu bosque podría ser una alusión a lo prohibido, a lo oculto.
A.P. - ¿Por qué no? Pero también sugeriría la infancia, el cuerpo, la noche.

M.I.M. - ¿Entraste alguna vez en el jardín?
A.P. - Proust, al analizar los deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse, esto es: no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de ser pueril, pues en esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es imposible.

M.I.M. - Mientras contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.*
A.P. - Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.

M.I.M. - Entre las variadas metáforas con las que configuras esta herida fundamental recuerdo, por la impresión que me causó, la que en un poema temprano te hace preguntar por la bestia caída de pasmo que se arrastra por mi sangre.* Y creo, casi con certeza, que el viento es uno de los principales autores de la herida, ya que a veces se aparece en tus escritos como el gran lastimador.*
A.P. - Tengo amor por el viento aun si, precisamente, mi imaginación suele darle formas y colores feroces. Embestida por el viento, voy por el bosque, me alejo en busca del jardín.

M.I.M. - ¿En la noche?
A.P. - Poco sé de la noche pero a ella me uno. Lo dije en un poema: Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.*

M.I.M. - En un poema de adolescencia también te unís al silencio.
A.P. - El silencio: única tentación y la más alta promesa. Pero siento que el inagotable murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana la fuente del lenguaje errante). Por eso me atrevo a decir que no sé si el silencio existe.

M.I.M. - En una suerte de contrapunto con tu yo que se une a la noche y aquel que se une al silencio, veo a «la extranjera»; «la silenciosa en el desierto»; «la pequeña viajera»; «mi emigrante de sí»; la que «quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria». Son estas, tus otras voces, las que hablan de tu vocación de errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera.
A.P. - Pienso en una frase de Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo que, de todos, el poeta es el más extranjero. Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra.

M.I.M. - Hay un miedo tuyo que pone en peligro esa morada: el no saber nombrar lo que no existe.* Es entonces cuando te ocultás del lenguaje.
A.P. - Con una ambigüedad que quiero aclarar: me oculto del lenguaje dentro del lenguaje. Cuando algo - incluso la nada tiene un nombre, parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible.

M.I.M. - ¿Es por esto que buscas figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las aluden?*
A.P. - Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas.

M.I.M. - Sin embargo, ahora ya no buscas esa exactitud.
A.P. - Es cierto; busco que el poema se escriba como quiera escribirse. Pero prefiero no hablar del ahora porque aún está poco escrito.

M.I.M. - ¡A pesar de lo mucho que escribís!
A.P. - ...

M.I.M. - El no saber nombrar* se relaciona con la preocupación por encontrar alguna frase enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos y las noches es una respuesta significativa, ya que en él son tus voces las que hablan.
A.P. - Trabajé arduamente en esos poemas y debo decir que al configurarlos me configuré yo, y cambié. Tenía dentro de mí un ideal de poema y logré realizarlo. Sé que no me parezco a nadie (esto es una fatalidad). Ese libro me dio la felicidad de encontrar la libertad en la escritura. Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería.

M.I.M. - Con estos miedos coexiste el de las palabras que regresan.* ¿Cuáles son?
A.P. - Es la memoria. Me sucede asistir al cortejo de las palabras que se precipitan, y me siento espectadora inerte e inerme.

M.I.M. - Vislumbro que el espejo, la otra orilla, la zona prohibida y su olvido, disponen en tu obra el miedo de ser dos,* que escapa a los límites del döppelganger para incluir a todas las que fuiste.
A.P. - Decís bien, es el miedo a todas las que en mí contienden. Hay un poema de Michaux que dice: Je suis; je parle á qui je fus et qui- je- fus me parlent. ( ... ) On n'est pas seul dans sa peau.

M.I.M. - ¿Se manifiesta en algún momento especial?
A.P. - Cuando «la hija de mi voz» me traiciona.

M.I.M. - Según un poema tuyo, tu amor más hermoso fue el amor por los espejos. ¿A quién ves en ellos?
A.P. - A la otra que soy. (En verdad, tengo cierto miedo de los espejos.) En algunas ocasiones nos reunimos. Casi siempre sucede cuando escribo.

M.I.M. - Una noche en el circo recobraste un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros.* ¿Qué es ese algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas?*
A.P. - Es el lenguaje no encontrado y que me gustaría encontrar.

M.I.M. - ¿Acaso lo encontraste en la pintura?
A.P. - Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores. Además, me atrae la falta de mitomanía del lenguaje de la pintura. Trabajar con las palabras o, más específicamente, buscar mis palabras, implica una tensión que no existe al pintar.

M.I.M. - ¿Cuál es la razón de tu preferencia por «la gitana dormida» de Rousseau?
A.P. - Es el equivalente del lenguaje de los caballos en el circo. Yo quisiera llegar a escribir algo semejante a «la gitana» del Aduanero porque hay silencio y, a la vez, alusión a cosas graves y luminosas. También me conmueve singularmente la obra de Bosch, Klee, Ernst.

M.I.M. - Por último, te pregunto si alguna vez te formulaste la pregunta que se plantea Octavio Paz en el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?
A.P. - Respondo desde uno de mis últimos poemas: Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir*.

* Texto extraído de "Prosa Completa", Alejandra Pizarnik, págs. 311/315, ed. Lumen, Buenos Aires, Argentina, 2003.

sábado, 2 de junio de 2012

Fragm. Fantasmas - Chuck Palahniuk

EROSIÓN
Un poema sobre el señor Whittier

«Los mismos errores que cometíamos en las cavernas –dice el señor Whittier–, los seguimos cometiendo.»
Así que tal vez se supone que debemos luchar entre nosotros y odiarnos y torturarnos...

El señor Whittier avanza con su silla de ruedas hasta el borde del escenario,
con manchas de la edad en las manos y con su calva.
Los pliegues de su cara flácida parecen colgar
de sus ojos demasiado grandes, sus ojos vidriosos y de color gris acuoso. El piercing en su aleta nasal, los auriculares
de su reproductor de compactos cuelgan en torno a las arrugas y pliegues de su cuello parecido a tasajo de res.

En el escenario, en vez de un foco, un fragmento de película en blanco y negro:
la cabeza del señor Whittier cubierta de ejércitos marchando en las noticias como papel de pared.
Su boca y ojos perdidos entre las botas sombrías y las bayonetas que le recorren las mejillas.

Dice: «Tal vez el sufrimiento y la tristeza sean el sentido de la vida».
Pensad que la vida es una planta procesadora, una fábrica.
Imaginad un tambor giratorio para pulir piedras:
un tambor lleno de agua y de arena.
Pensad que vuestra alma es echada dentro como una fea roca,
un material en bruto o un recurso natural, como petróleo crudo, o mena mineral.
Y todos los conflictos y el dolor son los abrasivos que nos frotan,
que pulen nuestras almas y nos refinan,
que nos enseñan y nos completan durante una vida tras otra.

Y pensad que habéis elegido saltar dentro, una y otra vez,
sabiendo que ese sufrimiento es la verdadera razón de que hayáis venido a la tierra.
El señor Whittier, con los dientes apelotonados en su mandíbula estrecha,
con sus cejas como plantas rodadoras muertas, con sus orejas de murciélago extendidas
y con las sombras de ejércitos desfilándole encima,
Dice:
«La única alternativa es que todos seamos eternamente estúpidos».

Libramos guerras. Luchamos por la paz. Combatimos el hambre. Nos encanta luchar.
Luchamos y luchamos y luchamos, con armas o palabras o dinero.
Y el planeta nunca es una pizca mejor de lo que era antes de nosotros.

Inclinándose hacia delante, cogiendo los brazos de su silla de ruedas con unas manos como garras, mientras los ejércitos de las noticias desfilan sobre su cara, como tatuajes en movimiento de sus metralletas y tanques y artillería, el señor Whittier dice: «Tal vez estemos viviendo exactamente como se supone que hemos de vivir».
Tal vez nuestro planeta fábrica esté procesando nuestras almas... bien.

domingo, 22 de abril de 2012

407 / Libro del Desasosiego - Fernando Pessoa


Dios me creó para niño, y me mantuvo niño siempre. ¿Pero por qué permitió que la Vida me golpease y me quitase los juguetes, y me dejase solo en el recreo, arrugando con manos tan débiles el delantal azul sucio a fuerza de tantas lágrimas derramadas? ¿Si yo no podía vivir sino mimado, por qué me privaron del cariño? Ah, cada vez que veo en las calles un niño que llora, un niño exiliado de los otros, me duele, más que la tristeza del niño, el horror desprevenido de mi corazón exhausto. Me sufro con todo el peso de la vida sentida, y son mías las manos que retuercen la punta del delantal, mías las bocas torcidas por el llanto verdadero, mía la debilidad, mía la soledad, y las risas de la vida adulta que pasa me usan como luces de fósforos frotados en el estuche sensible de mi corazón.

205 / Libro del Desasosiego - Fernando Pessoa


Nubes... Hoy tengo conciencia del cielo, pues hace días que no lo miro pero lo siento, viviendo en la ciudad y no en la naturaleza que la incluye. Nubes... Son ellas hoy la principal realidad, y me preocupan como si el velar el cielo fuese uno de los grandes peligros de mi destino. Nubes... Pasan de la entrada del puerto el Castillo, de occidente a oriente, en un tumulto disperso y desnudo, blancas a veces, se ven desflecadas en la vanguardia de no sé qué; medio negras otras, si bien más lentas, tardan en ser barridas por el viento audible; negras de un blanco sucio, cuando, como si quisiesen permanecer, oscurecen más con su llegada que con su sombra lo que las calles abren de falso espacio entre las líneas de clausura del caserío.

Nubes... Existo sin que lo sepa y moriré sin que lo quiera. Soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy, entre el sueño y lo que la vida ha hecho de mí, el promedio abstracto y carnal entre cosas que no son nada, siendo nada yo también. Nubes... ¡Qué desasosiego si siento, qué incomodidad si pienso, qué inutilidad si quiero! Nubes... Están pasando siempre, unas muy grandes, que parece que van a ocupar todo el cielo, pues las casas no dejan ver si son menos grandes de lo que parecen; otras de tamaño incierto, que bien podrían ser dos juntas o una que se va a partir en dos, sin sentido en el aire alto contra el cielo fatigado; otras, incluso, pequeñas, que parecen juguetes en manos de entidades poderosas, pelotas irregulares de un juego absurdo, situadas en un solo un lado, en un gran aislamiento, frías.

Nubes... Me interrogo y me desconozco. Nada útil he hecho ni nada haré que me justifique. He consumido la parte de la vida que no perdí en interpretar confusamente nada, haciendo versos en prosa con las sensaciones intransmisibles con que hago mío el universo incógnito. Estoy harto de mí, objetiva y subjetivamente. Estoy harto de todo, y del todo de todo. Nubes... Son todo, deshechos de lo alto, cosas que hoy son lo único real entre la tierra nula y el cielo que no existe; harapos indescriptibles del hastío que les impongo; niebla condensada en amenazas de color ausente; algodones en rama sucios de un hospital sin paredes.

Nubes... Son como yo, un pasaje deshecho entre el cielo y la tierra, con el sabor de un impulso invisible, tronando o no tronando, alegrando blancas u oscureciendo negras, ficciones del intervalo y de lo errático, lejos del ruido de la tierra y sin tener el silencio del cielo. Nubes... Siguen pasando, pasarán siempre siguiendo, en un conjunto discontinuo de madejas blancas, en un alargamiento difuso de falso cielo deshecho.

Fragm. La Anunciación - María Negroni

¿Quién dijo que Roma es Roma, Humboldt?
Roma es la noche blanca de las golondrinas.
Un anagrama.
Una ciudad tan bella que cualquier enemigo que se le acercara quedaría, en el acto, petrificado.
No supe contar tu historia, Humboldt.
Se me escaparon aquella chica de la Providencia, el llanto de tu noche encerrada, y esa suerte de entereza inútil que te agarraba cuando te enfrentabas al enigma de tu padre.
Ahora son las 8. Las 8 es una hora fatídica, sobre todo si es domingo y llueve, y el río ciego y perezoso, y este ir y venir milenario de la ventana del mundo a lo que no se ve.
No todos, Humboldt, pueden elegir su muerte. No todos pueden ir con la mirada alta por el camino de la vida.
En cuanto a mí, tengo derecho a preferir tu imagen cuando parecés un barco desahuciado en una hermosa noche de tormenta.
Oír cómo la vida llega y las cosas toman forma de canción obsesionada. (¿Cómo se llama este sentimiento?) A veces la vida viene a nuestro encuentro como un trompo de colores vivos. Viene, nos deja entrar dentro de su otoño, y luego nos vuelve el rostro, sin premura, dejándonos a merced de nuestros propios impulsos migratorios.
Las golondrinas son lentas para morir.
Los sueños también.
Lo supe por mi voz, por su manera de quedarse erguida en medio de espectros vivos.
Uno de esos espectros fuiste vos, Humboldt. Voy a dejarte en paz. Voy a dejar de cubrirte con un sobrio heroísmo. No recogeré tu nombre. No haré con él una bandera ni sembraré la agitación en ningún pecho. La palabra oprimidos se borrará de mi mente. Voy a aceptar que todo acabó. Nadie se dará cuenta de nada. Nadie que me viera pasearme por la Via del Corso, con esta dignidad de víctima aplicada. Todavía puedo decir hermosas palabras.
La noche de los ojos culpables. La noche que me ve. Es una noche en marcha entre tu cuerpo y ningún lado. Allá voy. Última música que sale de mí, oíd mortales el grito pavoroso.
Otra vez el locutor de la Fontana di Trevi, esta vez listo para despedir al poema desesperado. Señores y señoras: A esto se le llama un derrumbe en el cielo. No quedó nada en pie. Ningún puño increpando a un dios culpable. Sólo las golondrinas en su eterno viaje circular hacia la música sorda. Y barriles con cal. Cantos fusilados. Tiros de gracia. Y más fuego, destruyendo todo.
He aquí un bello discurso anunciador de nada.
Caben muchos milagros en una golondrina.
Una golondrina es un acto de fe.
Como si dijera todo ha de pasar, algo nos busca del otro lado del mundo. Algo de rotas cadenas.
Y he aquí, de nuevo sin que nadie la llame, a la esperanza, la perniciosa esperanza que se inocula siempre como un veneno en el cuerpo de la realidad.
Todos los caminos conducen a Roma.
Los prodigios son pesadillas blancas.
Todo ha de pasar, repite el cielo, y yo dejo que vos, Humboldt, y cada uno de los sueños que fui, las ciudades que habité, las palabras que odié, se disuelvan en una enorme nada luminosa, como la que anuncian los ángeles en las Anunciaciones de Emma, tristes y vacíos y exageradamente bellos como los laureles que no supimos conseguir.

domingo, 8 de abril de 2012

Fragm. La Anunciación - María Negroni


¿Cuántos libros leí sobre la locura?
Son casi las 10 en Roma, 26 grados. Verano. Grillos que cantan.
Nadie sabrá jamás lo que me cuesta el presente. En el presente, la que respira soy yo, también es yo la que se muere a cada bocanada. Avanzo con muletas, como si estuviera aprendiendo a caminar, estoy aprendiendo a caminar. Es estupendo caminar en Roma. De pronto las calles inmundas son un silencio blanco, como un jardín de mármol donde florece una estatua y esa estatua sos vos, o mejor dicho tu ausencia, iluminada. Es estupendo el verano escrito. Es estupendo porque nada cambia, ahora mismo escribo “Es verano” y será verano para siempre: grillos que cantan. Y después, vendrán generaciones futuras, y tocarán este dolor y alguien dirá, con palabras insulsas, hubo alguien, alguien hubo que escuchaba cantar a los grillos en una noche en Roma. Palabras como prueba de aquello que perdimos. Un universo enlutado, donde camina lo innombrable, sobre ruinas.

Nada cambia. Ahora por ejemplo, estoy de nuevo en la esquina de Cabildo y Chile, sería entonces, la mujer que esperabas esa noche, alerta a los minutos, vas a levantar la casa si no vuelvo y yo parada ahí, muerta de miedo, con dos paquetes de fuego entre las manos y no me quemaría. El fuego está ardiendo ahora, yo lo veo, al lado de tu estatua en Roma (grillos que cantan), y arderá para siempre, mientras haya verano, mientras alguien esté en guerra, como estábamos nosotros, con los sueños. Avanzo. Avanzo por las calles de Roma donde no se oyen sirenas, nadie asalta ningún regimiento, nadie pone un caño en la comisaría, ni atraviesa una pinza con artefactos explosivos. Emma llega en silencio, trayendo de la mano un poema. Aquí también pasaron cosas, dice ¿o te olvidaste de Aldo Moro? Un locutor sube a la tarima. Aplausos. Señoras y señores: la notte rossa è finita, anche a Roma, ya no queda más que la llaga del verano. El poema, mientras tanto, ha completado su striptease y ahora se mete en la Fontana di Trevi como si fuera Anita Eckberg. Feliz Domingo, dice el locutor, la llaga es el precio que hubo que pagar. Démosle la bienvenida a este poema desesperado que se titula Réquiem de Otro País .

Curiosos que llegan a ver, tocar, oler, sacar fotos.

¿Hace cuánto que murió el Tala en la contraofensiva estratégica? ¿Cuánto que apareció baleado en el Chaco, sin ningún poema que se enterara (pero el poder sí se enteró)? Ésta fue una guerra con la realidad, recitaba el poema, no confundir. Aleluya, dijeron los curiosos, masacraron las imágenes, ahora habrá lugar para otras nuevas, desnudémonos bajo el agua. Emma vuelve a aparecer, le pregunto: ¿Un poema puede causar una desgracia? ¿Qué tipo de poemas son los más dañinos? ¿Los demasiado escritos? ¿los demasiado bellos? ¿De cuáles debí protegerme y no lo hice? ¿En cuáles confié y me salió el tiro por la culata? Emma no contesta. La verdadera belleza, como esa imagen de vos envuelto en fuego, amenaza siempre. Por delante de la Fontana di Trevi, pasan unos policías con máscaras antigases. Escucho mi nombre o algo que se parece a mi nombre, o a alguno de los nombres que tuve y no recuerdo.

Cómo quisiera ser aún esa mujer que amabas. La destinataria de tus ataques, tus fantasías, tus mentiras. La que nunca alcanzará la inconstancia. Grillos que cantan: un libro. He pensado que el delirio es no pensar en suicidarse, no tener fuerzas para ser, simplemente, un cuerpo desnudo en el agua. Sonaban las sirenas. Un ciego gritó una obscenidad, dirigiéndose al poema. Roma en la obsesión del verano. El verano, entre el arte y la pasión. ¿Quién eras, Humboldt? ¿Qué fuiste para mi rebeldía? Humboldt, avergonzado de su sexo, y yo, sin saber qué gusto tiene el espacio entre mis piernas. Te canto aquí para que seas, vida. Toda herida es luz, dijo Emma. El asunto es que esa luz se vuelva azul, para poder vestir la oscuridad.

Consigno aquí mi decisión de suicidarme, una vez que termine de escribir el verano.

sábado, 31 de marzo de 2012

No estás - Juan L. Ortiz

No estás debajo de la mesa,
no estás en la terraza,
no estás en la cocina,
no andas debajo de los árboles...
Pero veo tu sombra, mi amigo,
tu fina sombra mirándome.
Ah, mirándome,
con esa mirada tuya, melancólica
pero dulcemente feliz
de sentir en tu ser
la onda de la mía...

Los dos, unos momentos,
nos mirábamos antes
hasta que me turbaba
la sensitiva luz
de yo no sé qué llanto
de plenitud
que aparecía en tus ojos,
ganaba tu actitud
alargada
y te hacía un pálido
misterioso fondo...

Y así eras un alma
antigua
en su mismo éxtasis fiel
hasta el nivel de otra alma...
Y a su vez esta alma
se bañaba
en tu gracia lejana
como en los puros signos
del espíritu
ya iluminándose...

NO ESTÁS...
No estás debajo de la mesa
para envolverme en el hálito
de tu armonía dormida:
el sueño del impulso
mismo
en sus líneas aladas
hacia prados invisibles
pero que llenaban
de no sé qué brisa verde
la pieza...
y las hierbas se despertaban
y la mañana era de pies ligeros
y la tristeza era de pies ligeros...

Temblaba tu calor,
y la soledad de dos
tenía un sobresalto
de fuego suave...
no más el frío inexplicable
no más la sombra inexplicable,
no más el abismo inexplicable...

No estás debajo de la mesa, mi amigo...

NO ESTÁS...
No estás en el sol tibio
conmigo...
Chispas del azul étereo
encendían dulcemente, y las fundían en él,
las ideas fáciles del aire, de las hojas, de los trinos,
en que mi pensamiento flotaba...

Me mirabas, medio fascinado,
los ojos vencidos por igual
delicia radiosa,
y éramos una sola alma agradecida
a un mismo dios transparente:
criaturas gemelas de este dios,
humildes llamas de este dios...

No estás en el sol tibio conmigo, mi amigo...

Y AY!...
Y ay, no bajas la escalera
como en los últimos tiempos,
con tus ziszás deslizados...

A veces, ay, caías contra mi propio corazón...

No bajas la escalera,
y sin embargo,
yo ya sentía entonces que bajabas
hacia las pálidas raíces
y que mis brazos eran débiles
contra tu descenso rápido, rápido,
en su indecisa lentitud.

No podía detener tus días
en los ámbitos de tu adoración, familiares
a la presencia amada y a su aura,
con su fluido secreto, y las líneas
visibles e invisibles que debían repetirla...

Oh, si después de la ceniza
el cariño por ahí esperara...
¿Qué oídos para oír tu aullido solo
más allá de la luz y de la sombra?
Y yo llegara al fin a encontrarte en algún cielo del amor,
tú ya rápido hacia mí por el imposible otro perfume, llorando,
y jugáramos los dos, luego, por las infinitas hondonadas,
sobre el rocío eterno de las gramillas eternas...

Si nos halláramos, después, mi amigo, en algún círculo fiel,
fluidos sólo quizás de una adhesión perdida
que no se habría cansado, allá, de preguntar a los aires...

domingo, 18 de marzo de 2012

Que desaparezca - Ingeborg Bachmann



Que desaparezca,
me dicen, hacia allá,
y empujada, no desaparezco
aún, aún quiero
volar una vez a
la terraza,

No me he callado
porque callar estuviera bien fuera hermoso,
no me quedaba nada por decir

Tenía la medida, me callé
porque no me quedaba nada por decir.
La medida es una justa pro-
porción, una libra pesa allí una
libra, una cuantía es allí una
cuantía, yo fui yo, no me
temo apenas, o sea, ya no
fui yo, ningún alimento
más para el Yo y vuestra
sociedad insaciable, mi
tiempo.

Yo lo tenía todo, y todo lo he
perdido, primero la medida,
me rebasé a mí misma
y lo rebasé todo,
yo no sabía que una persona
pudiera demostrar este dolor con
su sueño, que pudiera morir de
tal forma, que los cielos
se precipitaran y que se desviara
un cielo al universo,
mi corazón inmortal.

No sabía que
le llegara cada asesinato
al alma y que
los enfermos con su
gimoteo cansado y aislado
fueran sus compañeros
día y noche,
que uno se adentrara así
en el vórtice
y que los valles de lágrimas
fueran su único
paisaje.
No sabía que no
se pudiera ver nada más
ni escuchar,
todo perdido,
además,
con un salto por
la ventana, una
señal en el cuello, un
cuerpo crucificado
y demasiado pocas absoluciones son
para él demasiado pocas
y ruego y lloro,
lo veis, pero no
poseo la gran música
que se lleva al sueño, a la muerte
al que no encuentra
el mutis.
Transfiguración -para nosotros no,
para los demás, las
figuras son más puras,

Donde no puedo esta.
Porque estoy en
este papel, y en la
palabra que doy,
porque el papel revolotea,
entonces tampoco puedo reposar,
y revoloteo en pedazos
por el camino, hacia allí, allí
envuelve uno su cuchillo
sangriente en él para que nadie
lo vea.



Verschwinden soll ich,
sagt man mir, dahin,
und gestossen, verschwind ich
noch nicht, ich will noch
einmal zufliegen auf
die Terrasse,

Ich habe nicht geschwiegen,
weil Schweigen gut ist schön ist,
ich hatte nichts mehr zu sagen

Ich hatte das Mass, ich schwieg
weil ich nichts mehr zu sagen hatte.
Das Mass, das is ein rechtes Ver-
hältnis, ein Pfund wiegt weg dot ein
Pfund, eine Menge ist dot eine
Menge, ich war ich, ich fürchte
mich kaum, ich war also
nicht mehr ich, keine Nahrung
mehr für das Ich und Eure
unersättliche Gesellschaft, meine
Zeit.

Ich hatte alles, und habe alles
verloren, zuerst das Mass,
ich ging über mich hinaus
und hinaus über alles,
Ich wusste nicht, dass ein Mensch
diesen Schmerz beweisen kann mit
seinem Traum, dass er so sterben
kann, dass die Himmel ins
Stürzen kommen, und ein Himmel
ins All abgelenkt wird,
mein unsterbliches Herz.

Ich wussete nicht, dass
ihm jeder Mord unter
die Haut geht und
bei Tag und Nacht die
Kranken, mit ihrem
erschöpften einsamen
Gewimmer seine Genossen
sind, dass man so in
den Wirbel rückt
und die Jammertäler
seine einzige Landschaft
sind.
Ich wusste nicht, dass man
nichts mehr sehen kann
und hören,
alles verloren,
darüber hinaus,
mit einem Sprung aus
dem Fenster, einem
Mal am Hals, einem
gekruzigten Körper
und Zuwenig Freisprüche sind,
für ihn zuwenig
und bettle und wein,
seht ihr's, aber ich hab
nicht die grosse Musik
die abführt einen der den Abgang
nicht findet, in den Schlaf,
in den Tod.
Verklärung -für uns nicht,
für die anderen, die
Figuren, die sind reiner,

Wo ich nicht sein kann
Nämlich ich bin auf
diesem Papier, und in
dem Wort, das ich gebe.
denn das Papier, das flattert,
da kann ich auch nicht ruhen,
und ich flattere auf Fetzen
den Weg daher, dahin, da
wickelt einer sein blutiges
Messer hinein, damit's niemand
sieht.

viernes, 6 de enero de 2012

Cantata Sombría - Olga Orozco


El poema leído por Olga Orozco:

Me encojo en mi guarida me atrinchero en mis precarios bienes.
Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena juventud por un huracán de fuego
antes de convertirme en un bostezo en la boca del tiempo,
me resisto a morir.
Sé que ya no podré ser nunca la heroína de un rapto fulminante,
la bella protagonista de una fábula inmóvil en torno de la
columna milenaria
labrada en un instante y hecha polvo por el azote del relámpago,
la victima invencible —Ifigenia, Julieta o Margarita —,
la que no deja rastros para las embestidas de las capitulaciones
y el fracaso,
sino el recuerdo de una piel tirante como ráfaga y un perfume
de persistente despedida.
Se acabaron también los años que se medían por la rotación
de los encantamientos,
esos que se acunaban con la imagen del futuro esplendor
y en los que contemplábamos la muerte desde afuera, igual
que a una invasora
—próxima pero ajena, familiar pero extraña, puntual pero
increíble —,
la niebla que fluía de otro reino borrándonos los ojos, las
manos y los labios.
Se agotó tu prestigio junto con el error de la distancia.
Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la mordedura de los años.
Ahora soy tu sede.
Estas entronizada en alta silla entre mis propios huesos,
más desnuda que mi alma, que cualquier intemperie,
y oficias el misterio separando las fibras de la perduración y
de la carne,
como si me impartieran una mitad de ausencia por apremiante
sacramento
en nombre del larguísimo reencuentro del final.
¿Y no habrá nada en este costado que me fuerce a quedarme?
¿Nadie que se adelante a reclamar por mí en nombre de otra
historia inacabada?
No digamos los pájaros, esos sobrevivientes
que agraviaran hasta las últimas migajas de mi silencio con su
escandalo
no digamos el viento, que se precipitará jadeando en los
lugares que abandono
como aspirado por la profanación, si no por la nostalgia
pero al menos que me retenga el hombre a quien le faltará la
mitad de su abrazo,
ese que habrá de interrogar a oscuras al sol que no me alumbre
tropezando con los reticentes rincones a punto de mirarlo.
Que proteste con él la hierba desvelada, que se rajen las piedras.
¿O nada cambiara como si nunca hubiera estado?
¿Las mismas ecuaciones sin resolver detrás de los colores,
el mismo ardor helado en las estrellas, iguales frases de Babel
y de arena?
¿Y ni siquiera un claro entre la muchedumbre,
ni una sombra de mi espesor por un instante, ni mi larga
caricia sobre el polvo?
Y bien, aunque no deje rastros, ni agujeros, ni pruebas,
aun menos que un centavo de luna arrojado hasta el fondo
de las aguas
me resisto a morir.
Me refugio en mis reducidas posesiones, me retraigo desde mis
uñas y mi piel.
Tú escarbas mientras tanto en mis entrañas tu cueva de raposa,
me desplazas y ocupas mi lugar en este vertiginoso laberinto
en que habito
—por cada deslizamiento tuyo un retroceso y por cada zarpazo
algún soborno —,
como si cada reducto hubiera sido levantado en tu honor,
como si yo no fuera más que un desvarío de los más bajos
cielos
o un dócil instrumento de la desobediencia que al final
se castiga.
¿Y habrá estatuas de sal del otro lado?