domingo, 8 de abril de 2012

Fragm. La Anunciación - María Negroni


¿Cuántos libros leí sobre la locura?
Son casi las 10 en Roma, 26 grados. Verano. Grillos que cantan.
Nadie sabrá jamás lo que me cuesta el presente. En el presente, la que respira soy yo, también es yo la que se muere a cada bocanada. Avanzo con muletas, como si estuviera aprendiendo a caminar, estoy aprendiendo a caminar. Es estupendo caminar en Roma. De pronto las calles inmundas son un silencio blanco, como un jardín de mármol donde florece una estatua y esa estatua sos vos, o mejor dicho tu ausencia, iluminada. Es estupendo el verano escrito. Es estupendo porque nada cambia, ahora mismo escribo “Es verano” y será verano para siempre: grillos que cantan. Y después, vendrán generaciones futuras, y tocarán este dolor y alguien dirá, con palabras insulsas, hubo alguien, alguien hubo que escuchaba cantar a los grillos en una noche en Roma. Palabras como prueba de aquello que perdimos. Un universo enlutado, donde camina lo innombrable, sobre ruinas.

Nada cambia. Ahora por ejemplo, estoy de nuevo en la esquina de Cabildo y Chile, sería entonces, la mujer que esperabas esa noche, alerta a los minutos, vas a levantar la casa si no vuelvo y yo parada ahí, muerta de miedo, con dos paquetes de fuego entre las manos y no me quemaría. El fuego está ardiendo ahora, yo lo veo, al lado de tu estatua en Roma (grillos que cantan), y arderá para siempre, mientras haya verano, mientras alguien esté en guerra, como estábamos nosotros, con los sueños. Avanzo. Avanzo por las calles de Roma donde no se oyen sirenas, nadie asalta ningún regimiento, nadie pone un caño en la comisaría, ni atraviesa una pinza con artefactos explosivos. Emma llega en silencio, trayendo de la mano un poema. Aquí también pasaron cosas, dice ¿o te olvidaste de Aldo Moro? Un locutor sube a la tarima. Aplausos. Señoras y señores: la notte rossa è finita, anche a Roma, ya no queda más que la llaga del verano. El poema, mientras tanto, ha completado su striptease y ahora se mete en la Fontana di Trevi como si fuera Anita Eckberg. Feliz Domingo, dice el locutor, la llaga es el precio que hubo que pagar. Démosle la bienvenida a este poema desesperado que se titula Réquiem de Otro País .

Curiosos que llegan a ver, tocar, oler, sacar fotos.

¿Hace cuánto que murió el Tala en la contraofensiva estratégica? ¿Cuánto que apareció baleado en el Chaco, sin ningún poema que se enterara (pero el poder sí se enteró)? Ésta fue una guerra con la realidad, recitaba el poema, no confundir. Aleluya, dijeron los curiosos, masacraron las imágenes, ahora habrá lugar para otras nuevas, desnudémonos bajo el agua. Emma vuelve a aparecer, le pregunto: ¿Un poema puede causar una desgracia? ¿Qué tipo de poemas son los más dañinos? ¿Los demasiado escritos? ¿los demasiado bellos? ¿De cuáles debí protegerme y no lo hice? ¿En cuáles confié y me salió el tiro por la culata? Emma no contesta. La verdadera belleza, como esa imagen de vos envuelto en fuego, amenaza siempre. Por delante de la Fontana di Trevi, pasan unos policías con máscaras antigases. Escucho mi nombre o algo que se parece a mi nombre, o a alguno de los nombres que tuve y no recuerdo.

Cómo quisiera ser aún esa mujer que amabas. La destinataria de tus ataques, tus fantasías, tus mentiras. La que nunca alcanzará la inconstancia. Grillos que cantan: un libro. He pensado que el delirio es no pensar en suicidarse, no tener fuerzas para ser, simplemente, un cuerpo desnudo en el agua. Sonaban las sirenas. Un ciego gritó una obscenidad, dirigiéndose al poema. Roma en la obsesión del verano. El verano, entre el arte y la pasión. ¿Quién eras, Humboldt? ¿Qué fuiste para mi rebeldía? Humboldt, avergonzado de su sexo, y yo, sin saber qué gusto tiene el espacio entre mis piernas. Te canto aquí para que seas, vida. Toda herida es luz, dijo Emma. El asunto es que esa luz se vuelva azul, para poder vestir la oscuridad.

Consigno aquí mi decisión de suicidarme, una vez que termine de escribir el verano.

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