domingo, 22 de diciembre de 2013

Saber que nada es cierto - Selva Casal


Saber que nada de lo que vivo es cierto
Ampararse en la nada
Esto es la zozobra
Los días como piedras preciosas navegan
Desde un dios imposible
Esta carga terrible es un lugar de asombro
Existe dijo Él
Y yo existí
No es de tarde no es de noche
Y sin embargo espero
No sé qué pero espero
Mis ancestros deliran
Querían que yo fuera torero
O pastor entre las ramas verdes
Y encontrar aquella oveja que un día ser perdió para siempre
Pero nadie puede decirle a un hombre nada
Yo pienso en mis ancestros
Culpables inocentes de tanto dolor de tanta alegría
Me gustaría abrazarles
Decirles que aun no sabemos
Ni de las estrellas
Ni de la vida
Ni del amor
Que como ellos al abrir los ojos cada mañana nos descubrimos solos.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Pórtico - Selva Casal


Yo no busqué en la poesía la belleza, yo no busqué nada. Suelen sin embargo, producirse extrañas mutaciones, formas secretas de la alquimia y aquel dolor o aquella imagen atroz que nos perseguía, puede convertirse en ángel guardián, en astro errante o algo así, y entonces decimos que es bello, olvidando además que desconocemos el sentido de lo bello. Por qué sino tanta crueldad en el amor? Tanta luz en los amaneceres que esperan despertar al piar de los pájaros que no existen? Y no es que no nos hayan amado o que acaso aún estemos amando, es que sus huesos me molestan y no encuentran lugar en una tierra, que no por nuestra, deja de ser extraña. Que soy desordenada? Es verdad, pero me gusta serlo, porque cómo vamos a pretender sistematizar la vida, puntualizar los sentimientos, darles puertas de entrada y de salida. Vayan entonces todos los poemas juntos, si pueden, porque aunque no quiera, tienen cierto orden ya que se han desengarzado de otros que escribí y perdí o que no escribí más que mentalmente. Yo no puedo auto-regalarme a mí misma, ni recordar cuando nací, ni qué hice, porque anduve por la vida como un jinete sobre un caballo indómito, indomable, sin saber nunca que bosque iba a cruzar ni que ríos, ni cuando iba a quedar dormida o muerta. Mis amigos fueron, serán los que comprendan.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Manifiesto - Amelia Biagioni

Yo me resisto,
en la calle de los ahorcados,
a acatar la orden
de ser tibia y cautelosa,
de asirme a la seguridad,
de acomodarme en la costumbre,
de usar reloj y placidez,
aventura a cuerda,
palabra pálida y mortal
y ojos con límites.

Yo me resisto,
entre las muelas del fracaso,
a cumplir la ley de cansarme,
de resignarme,
de sentarme en lo fofo del mundo
mortecina de una espada lánguida,
esperando el marasmo.

Yo me resisto,
acosada por silbatos atroces,
a la fatalidad
de encerrarme y perder la llave
o de arrojarme al pozo.

Con toda la médula
levanto, llevo, soy el miedo enorme,
y avanzo,
sin causa,
cantando entre ausentes.

lunes, 8 de julio de 2013

Cartas a mi sangre - Mario Morales


1
Soy un mito. Estoy fabricando mi espejo y con un placer asesino me dejo aniquilar por este vidrio que de tanto copiar, crea.

Furiosa sed de vivir hasta vivir. Y no mechado de sol, robando a escondidas de nuestra mano, que no sabe robar: olores verdes, misa con cruz hecha de carne y sangre, goce limitado por lunas borrachas de mirarse y desearse. Y vestidas por algún sueño frustrado sin soñar.

Y la noche. Sólo ella es constante en su locura. (Pero todavía puedo crear cucarachas para enloquecer mis sábanas y equilibrar la cordura).

Las mañanas mueren con sol y sin reposo. Las mañanas mueren levantando senos que me viven con su implacable desafío de no saber nunca. Pero yo tampoco sé. Y entonces quizás ser feliz y tener hijos como un Dios de catecismo. Y sin redención. Pero con cruz.

¿Acaso hay muerte alguna vez? Ahora, aquí y ahora, hay este eterno vivir, este vivir sin causa y casi sin hombre. Y toda hora sabiendo y sin decidir es una agonía que vivo con mi verdad. Y mi ser es una joroba de ángel, un contrahecho de verdades. Negar o aceptar es suicidarme un poco, a medias, existiendo. Fuga y retorno resueltos sin resolverme. Uno de mis pies está apoyado en el mundo, el otro en nada. Y éste es mi equilibrio.

Estamos en una existencia dilatada entre lo azul y lo azul, una existencia que no podemos dejar de amar ni siquiera con todo nuestro odio.

Ah, y el tiempo, el tiempo. La angustia sin horas ni minutos, la angustia burlada pero llena de sí misma, rebasándose, la infinita angustia.

Y el amor, alcahuete del alma, que me hace feliz, irreparablemente feliz.

Hay una impotencia de estrellas. Impotencia de estrellas que no pueden ser hacia arriba. Imposible sed, copa ebria de vaciarse. Las estrellas deberían ser paganas.

Soy un Lázaro paralizado entre la vida y la muerte, por un Jesús sin ganas. Soy un creador sin reino y con creación. Creación para nada. Y sin pausa.


2

Siento ganas de morir hacia todas partes. Siento ganas de morir lejos de mí. Siento ganas de morir con todo el ser.
Escribir, tomar café, fumar: nada. Pero escribir, tomar café, fumar.

Y un dios desteñido con el azul, de pensarlo. Un dios disuelto en la mirada neurótica de la página en blanco.

Yo sé que lo eterno muere hoy, en esta página.

Siento ganas de morir. Y más. Siento ganas hasta de estar enfermo después de morir.

3

La palabra es un hueco que comienza a crecer, antes y después de los labios. Y hoy las palabras me nacen en la columna vertebral, bebiendo sus propios cuerpos hasta volverse invisibles.

La tierra no es redonda para mis pies, que la descubren todos los días. Pero la muerte tiene la dimensión exacta de mis pies y no la de mi voz. Ese es el equívoco. Y las distancias se rompen al cruzar mis labios, como una bandada de sed.

Además, es tonto haber nacido de ochenta y nueve años y media estrella. Y es tonto que la muerte viaje con mayor precisión y velocidad en mis puntos suspensivos. Y es demasiado tonto haber nacido en el tiempo, a contramano de hablar y callar.

He caminado desde el amor hasta después del suicidio. Y sé que la muerte y el silencio son cortos para la lejanía de mis pies, y que muero en mis manos, de la infinita distancia que hay entre ellas y yo.

Yo deseo comenzar a ser en la última mirada, ésa que donamos a la tierra, como un espasmo de ser. Y, tal espasmo me salve del riesgo de no querer ser eterno.

Yo no sé morir. Sin embargo, por mi muerte soy zurdo. Y hasta tengo por costumbre vivir de ese lado.
Pero vivir debería ser algo mucho más simple que nacer o morir. Algo así como amarnos. Pero la vida es una estrella encendida con un fósforo.

Y yo soy el que está clavado en el lugar donde los sueños piensan.

He palpado una caída después del último fondo. He creado una angustia para que Dios comience a pensar. He hablado con la voz que grita en los pies de los muertos. Pero en mi voz hay ahora tinieblas que nunca serán mías.

Y aquí, sobre el vértice de mi imposible, necesito crear. Crear mi grito, el único, el grito de mi muerte a Dios.

lunes, 3 de junio de 2013

Carta de Franz Kafka a Oscar Pollak



"En general, creo que sólo debemos leer libros que nos
muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos
obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿para qué
molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices
tú? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos
ningún libro! Los libros que nos hacen felices podríamos
escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo
que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia
dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que
a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a
las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo
semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el
mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo".

lunes, 29 de abril de 2013

Fragm. El Paraíso Perdido - John Milton



Fija Satán su experta vista en las compactas filas; de una ojeada recorre toda la hueste; ve el buen orden de los combatientes, sus semblantes, su estatura como la de los dioses y calcula por último su número. Dilátase entonces su corazón lleno de orgullo, y se vanagloria al verse tan poderoso, pues desde que fue creado el hombre, no se había reunido fuerza tan formidable...

Superior aquel ejército de espíritus a todos los de los mortales, observaba a su jefe, que superando a su vez a cuantos le rodeaban por su estatura y lo imperioso de su soberbio aspecto, se elevaba como una torre. No había perdido aún la primitiva belleza de sus formas, ni dejaba de parecer un arcángel destronado, en quien se traslucía aún la majestad de su pasada gloria; era comparable con el sol naciente cuando sus rayos atraviesan con dificultad la niebla, o cuando situado a espaldas de la luna en los sombríos eclipses difunde un crepúsculo funesto y atormenta a los reyes con el temor que inspiran sus revoluciones. Así oscurecido, brillaba más el arcángel que todos sus compañeros; pero surcaban su rastro profundas cicatrices causadas por el rayo, y en la inquietud que en sus demacradas mejillas y bajo sus cejas se retrataba, al par que en su intrepidez, e indomable orgullo, parecía anhelar el momento de la venganza. Cruel era su mirada, aunque en ella se descubrían indicios de remordimiento y de compasión al fijarla en sus cómplices, en sus secuaces más bien, tan distintos de lo que eran en la mansión bienaventurada, y a la sazón condenados para siempre a ser participes de su pena: millones de espíritus que por su falta se hallaban sometidos a los rigores del cielo, expulsados por su rebelión de los resplandores eternos, y que habían mancillado su gloria por permanecerle fieles. Asemejábanse a las encinas del bosque o a los pinos de la montaña, desnudos de su corteza por el fuego del cielo, pero cuyos majestuosos troncos, aunque destrozados, subsisten en pie sobre la abrasada tierra.

martes, 22 de enero de 2013

La Corona Final - Olga Orozco


Si puedes ver detrás de los escombros,
de tantas raspaduras y tantas telarañas como cubren el hormiguero de otra vida,
si puedes todavía destrozarte otro poco el corazón,
aunque no haya esperanza ni destino,
aparta las cortinas, la ignorancia o el espesor del mundo, lo que sea,
y mira con tus ojos de ahora bien adentro, hasta el fondo del caos.
¿Qué color tienes tú a través de los días y los años de aquel a quien amaste?
¿Qué imagen tuya asciende con el alba y hace la noche del enamorado?
¿Qué ha quedado de ti en esa memoria donde giran los vientos?
Quizás entre las hojas oxidadas que fueron una vez el esplendor y el viaje,
un tapiz a lo largo de toda la aventura,
surjas confusamente, casi irreconocible a través de otros cuerpos,
como si aparecieras reclamando un lugar en algún paraíso ajeno ya deshora.
O tal vez ya ni estés, ni polvo ni humareda;
tal vez ese recinto donde siempre creíste reinar inalterable,
sin tiempo y tan lejana como incrustada en ámbar,
sea menos aún que un albergue de paso:
una desnuda cámara de espejos donde nunca hubo nadie,
nadie más que un yo impío cubriendo la distancia entre una sombra y el deseo.
Y acaso sea peor que haber pasado en vano,
porque tú que pudiste resistir a la escarcha y a la profanación,
permanecer de pie bajo la cuchillada de insufribles traiciones,
es posible que al fin hayas sido inmolada,
descuartizada en nombre de una historia perversa,
tus trozos arrojados a la hoguera, a los perros, al remolino de los basurales,
y tu novela rota y pisoteada oculta en un cajón.
Es algo que no puedes soportar.
Hace falta más muerte. No bastarían furias ni sollozos.
Prefieres suponer que fuiste relegada por amores terrenos, por amores bastardos,
porque él te reservó para después de todos sus instantáneos cielos,
para después de nunca, más allá del final.
Estarás esperándolo hasta entonces con corona de reina
en el enmarañado fondo del jardín.

domingo, 13 de enero de 2013

Párrafo de Ulises - James Joyce


Feo e inútil: cuello flaco y pelo espeso y una mancha de tinta, una huella de caracol. Sin embargo, una le había amado, le había llevado en brazos y en el corazón. De no ser por ella, la carrera del mundo le habría aplastado pisoteándolo, estrujado caracol sin hueso. Ella había amado esa débil sangre aguada sacada de la suya. ¿Era eso entonces real? ¿La única cosa verdadera de la vida? Sobre el postrado cuerpo de su madre cabalgó el fogoso Columbano con sagrado celo. Ella ya no existía: el tembloroso esqueleto de una ramita quemada en el hogar, un olor de palo de rosa y cenizas mojadas. Ella le había salvado de ser aplastado y pisoteado, y se había ido, habiendo sido escasamente. Una pobre alma ida al cielo: y en el brezal, bajo el parpadeo de las estrellas, un zorro, el rojo hedor de rapiña en la piel, escuchaba, escarbaba la tierra, escuchaba, escarbaba y escarbaba.