domingo, 7 de diciembre de 2014

III - Gastón Malgieri

Se me asigno un karma
y una cruz.

Junto a un nombre, un género, una familia
se me concedió un irremediable dolor
y un espasmo.

Bebí de todas las copas
en la hora inoportuna de otras fauces
manipulando el cristiano ábaco de la culpa.

Maldije al mar y sus desidias
inventándome ficciones que ahogaba
la turbulencia de mil mareas.

Pretérito de lógicas
hice votos de castigo con mi lengua
recorriendo los territorios del lenguaje
sin encontrar vocablo que nombrara
la congoja constante
o el abatido zurcir de los desánimos.

Ahora que es tiempo de partir
me perderé para siempre entre las matas
hasta encontrar esa rima que aplaque
la sed de vivir al borde de las cosas
y vendrán las hormigas a beber
el asma de los días dañinos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Fragm. Tierras de cristal - Alessandro Baricco

Dondequiera que estés, tú y el horror de tus palabras, tú y el escándalo de tu felicidad, tú y el disgusto de tu vileza... que revientes de noche con el miedo aferrándote la garganta, y un dolor infernal en tu interior, y el hedor del espanto sobre ti. Y que contigo reviente tu mujer, vomitando blasfemias que le hagan ganar un paraíso infinito de tormentos. La eternidad no le bastará para pagar todas sus culpas. Que reviente todo aquello que habéis tocado, las cosas que habéis visto y todas y cada una de las palabras que habéis dicho, Que se marchiten los prados en los que habéis posado vuestros abyectos pies, y estallen como vejigas putrefactas las personas que habéis dado la vida. Y junto a vosotros, a todos aquellos que después me la han quitado, gota a gota, ocultos por todas partes, espiando no otra cosa que mis deseos. Yo soy Hector Horeau y os odio. Odio los sueños que dormís, odio el orgullo con el que acunáis la escualidez de vuestros niños, odio lo que tocan vuestras manos podridas, odio cuando os vestís para las fiestas, odio el dinero que lleváis en los bolsillos, odio la blasfemia atroz de cuando os permitís llorar, odio vuestros ojos, odio la obscenidad de vuestro buen corazón, odio los pianos que como ataúdes pueblan el cementerio de vuestros salones, odio vuestros amores asquerosamente justos, odio todo lo que me habéis enseñado, odio la miseria de vuestros sueños, odio el ruido de vuestros zapatos nuevos, odio todas y cada una de las palabras que habéis escrito, odio cualquier momento en el que me hayáis tocado, odiotodos los instantes en que habéis tenido razón, lodio las vírgenes que cuelgan sobre vuestras camas, odio el recuerdo de cuando hice el amor con vosotros, odio vuestros secretos de nada, odio todos vuestros días más hermosos, odio todo lo que me habéis robado, odio los trenes que no os han llevado lejos, odio los libros que habéis enfangado con vuestras miradas odio lo asqueroso de vuestras caras, odio el sonido de vuestros nombres, odio cuando os abrazáis, odio cuando aplaudís, odio lo que os conmueve, odio todas y cada una de las palabras que me habéis arrancado, odio la miseria que veis cuando miráis a lo lejos, odio la muerte que habéis sembrado, odio todos los silencios que habéis desgarrado, odio vuestro perfume, odio cuando os comprendéis, odio cualquier tierra que os haya acogido, y odio el tiempo que ha pasado sobre vosotros. Todos los minutos de ese tiempo han sido blasfemias. Yo desprecio vuestro destino. Y ahora que me habéis robado el mío, lo único que me importa es saber que reventaréis. El dolor que os destrozará seré yo, la angustia que os consumirá seré yo, el hedor de vuestros cadáveres seré yo, los gusanos que engordarán con vuestros despojos seré yo. Y cada vez que alguien os olvide, allí estaré yo.
Yo sólo quería vivir
Cabrones

Fragm. Tierras de cristal - Alessandro Baricco

- Lo que digo... lo que quisiera decirte... no abandones nunca.

Tú no eres como los demás, Dann, tú haces ciertas cosas, muchas cosas, y además te imaginas otras, y es como si no te bastara una vida sola para abarcarlas todas. No sé... a mí la vida me parecía ya tan difícil... me parecía ya una empresa vivirla y basta. Pero tú... tú parece como si tuvieras que vencer a la vida, como si fuera un desafío... parece como si quisieras derrotarla completamente... o algo parecido. Una cosa extraña. Es como hacer muchas bolas de petanca de cristal... y grandes... antes o después te estallará alguna... y a ti quién sabe cuántas te han estallado ya, y cuántas te estallarán...

Sin embargo, cuando la gente te diga que te has equivocado... y tengas errores por todas partes a tus espaldas, que te la sople. Recuérdalo, que te la sople. Todas las bochas de cristal que habrás roto no eran más que la vida... ésos no son errores... es la vida... y la vida verdadera tal vez sea precisamente la que se rompe, esa vida entre cien que al final se rompe.... yo esto lo he comprendido, que el mundo está repleto de gente que va por ahí con sus pequeñas canicas en el bolsillo... sus pequeñas y tristes canicas irrompibles... así que tú, pues, no dejes nunca de soplar en tus esferas de cristal... son hermosas, a mí me ha gustado verlas durante todo el tiempo que he estado a tu lado... son tantas las cosas que se ven dentro... es algo que le da alegría al cuerpo... no abandones nunca... y si un día estallan, eso también será la vida, a su manera... una maravillosa vida.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Fragm. de "Tierras de cristal" - Alessandro Baricco


Aquellas dos imágenes le habían entrado por los ojos como la instantánea percepción de la felicidad absoluta y sin condiciones. Se las llevaría consigo para siempre. Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siembra en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima. Y aquélla era la felicidad. Lo descubres después, cuando ya es demasiado tarde. Y ya eres, para siempre, un exiliado: a miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel olor. A la deriva.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Fragm. Cartas Extraordinarias - María Negroni


"En una palabra, elegiré vivir las pesadillas de la infancia (no las pasiones tristes de un adulto) y, si me porto bien, puede que Dios me deje ir a jugar, de vez en cuando, al infierno.
Nada de lo que ocurre después de los doce años importa demasiado, les aseguro. Uno empieza a acarrear jorobas metafísicas, a decir cosas que no significan nada, y así acumula experiencias, lobitos que te serruchan el piso y otras escorias por el estilo. No sé cómo explicar tal catástrofe. A lo mejor, lo que pasa es que a esa edad nos morimos, pero somos tan chiquitos que no entendemos la muerte y, por eso, empezamos a vivir en medio de cosas serias y tristes, y nos olvidamos de dar y recibir dedales en lugar de besos."

Carta apócrifa de J.M. Barrie.

sábado, 9 de agosto de 2014

Poema en línea recta - Fernando Pessoa


Nunca conocí a alguien que se hubiera dado un porrazo.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces grosero, tantas veces cerdo, tantas veces vil,
yo tantas veces incontestablemente parásito,
indisculpablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para darme un baño,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he pisoteado públicamente las alfombras de la etiqueta,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido insultos y callado,
que cuando no he callado, he sido más ridículo todavía;
yo, que he resultado cómico a las criadas de hotel,
yo, que he sentido los guiños de los mozos de carga,
yo, que he hecho vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
yo, que, cuando la hora del golpe sonó, me agaché
esquivando la posibilidad del golpe;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
yo verifico que no tengo igual en todo esto en este mundo.

Toda la gente que yo conozco y que habla conmigo
nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fueron sino príncipe —todos ellos príncipes— en la vida...

¡Quién me concediera oír de alguien la voz humana
confesando no un pecado, sino una infamia;
contando, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil?,
Oh príncipes, hermanos míos,

¡Arre, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente de este mundo?

¿Entonces sólo soy yo el que es vil y equivocado en esta tierra?

Podrán las mujeres no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados —¡pero, ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

sábado, 19 de julio de 2014

Carta de Jules Verne / Cartas Extraordinarias - María Negroni


Querido padre,
Me siento el más desconocido de los hombres. Tengo sobre mi escritorio veinticinco mil fichas, escribo todos los días de cinco a once de la mañana, nadie puede entrar a mi gabinete de trabajo, Honorine lo tiene prohibido, también los niños, y tanto esfuerzo, tanta regularidad monacal, apenas me han servido para fraguar manuales de buenos sentimientos.

Si sigo así, padre, nunca podré probarte que nací para esto, no para recorrer los tribunales ni para jugar, como tú, el juego mentiroso de las leyes. Te habré decepcionado sin remedio. Mi vocación, a la que te opusiste desde el vamos, siempre fue el océano. Lo supe aquella vez en que quise fugarme de casa para ver el mar del Norte. El mar con su profusión de islas, sus lecciones de abismo, sus bosques sumergidos donde volaban peces fulgurantes, todos ellos poliedros de una sola fascinación, la libertad.

A la realidad, padre, siempre le faltó realidad. Por eso, me dediqué a imaginar que es, siempre, muchísimo más grande que vivir. Y es eso todavía lo que busco al escribir: desplegar los fósiles de la duración, organizar geometrías donde la expresión, amotinada, encuentre el asilo de un naufragio. Allí, encerrado en mi cripta, mi centro de soledad, mi mundo silencioso, instalo mis seres protectores. Allí preparo mis proezas, mis ensueños de marcha en la inmovilidad, mi drama emparedado. Anoto. Llevo el registro de lo inhallable, me olvido del fardo de mi matrimonio y de su asfixia de veladas frívolas. Digiero, en suma, la ira que me embarga contra esos tiburones que son los seres humanos. También aprendo a morirme, a serme fiel, a construirme por dentro para secretar mejor lo que no sé, para saber qué habla en mi casillero vacío. ¿Qué son mis viajes extraordinarios sino preguntas extraordinarias sobre mis mundos conocidos y desconocidos?

¿Necesito ser feliz? No lo sé. Tampoco sé si es importante conocer el arte de la caricia. A veces pienso que el amor es una pasión absorbente que deja muy poco espacio para otra cosa en el corazón del hombre.

Ahora trabajo en un libro nuevo. ¿Qué podrían importarme las neuralgias faciales que últimamente me atormentan? ¿Los frecuentes vértigos? ¿La voracidad que me persigue? No es un precio tan alto, después de todo. El plan de la novela está acabado y será maravillosa. Tendrá la resonancia de las caracolas marinas, la grandiosidad de los cataclismos. Allí he instalado a mi héroe, un capitán cuyo nombre es Nemo, un hombre atrincherado en un barco que avanza bajo el agua y pelea sin cuartel contra los cachalotes, los hielos, los pérfidos ingleses. Jamás he tenido tema tan hermoso entre las manos. No me perdonaría si me sa¬liera mal. El barco se llama Nautilus. No sé de qué estoy más enamorado, si de esa amalgama de clavos y de tablas o del odio implacable, que hace de mi capitán un verdadero arcángel.

¿Te gustará? Quién sabe. Me temo que este insumiso que eleva la bandera negra de los piratas te parezca demasiado huraño, demasiado ajeno al ajedrez de las convenciones sociales. Pero Nemo, ya lo habrás adivinado, soy yo. Cuando navega, su música coincide con la mía, que es también la música de la noche y la claridad. Nunca una música se pareció tanto a una cuna, ni ésta a un recuerdo transparente. En ese recuerdo, un niño ordena su mundo en un álbum de figuritas como más tarde, ya adulto, ordenará su infancia en la cueva de la escritura.

Ya ves: nunca dejaré de querer convencerte de mi deseo. Y eso que me siento cansado y, a veces, sospecho que mi rebeldía no ha sido más que una forma de la obediencia. Puede incluso que el viaje —todo viaje— dibuje una circunferencia y que, al momento mismo de la partida, su historia sea ya la historia de un retorno.

No importa, sigo eligiendo la sombra: la sombra es también una habitación, padre. Al elegirla, le doy un nombre: Imposibilia. Y desde allí lanzo mis palabras como si fueran dardos, pequeñas flechas que vienen de la respiración y van a la respiración, y quieren una sola cosa: mantener al mundo —incluso lo que no me gusta del mundo— en estado de enigma.

Ojalá le des la bienvenida a esta carta.

Tu hijo muy afectuoso, que trabaja como una bestia de carga y cuyo cráneo va a estallar,

Jules

lunes, 14 de julio de 2014

Carta a Ofelia Quiroz - Fernando Pessoa



Ofelita:
Agradezco tu carta, me trajo pena y alivio a la vez. Pena, porque estas cosas siempre provocan pena; alivio, porque, en verdad, la única solución es ésa: no prolongar más una situación que no tiene ya la justificación del amor, ni de tu lado ni del mío. Del mío, al menos, queda una estima profunda, una amistad inalterable. ¿No me negarás la tuya, verdad, Ofelita? Ni tú ni yo tenemos culpa en todo esto. Solamente el Destino tendría culpa si el Destino fuese alguien a quien atribuirle culpas.

No sé si quieres que te devuelva algo, cartas u otras cosas. Yo preferiría no devolverte nada y conservar tus cartitas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como algo que fue conmovedor en una vida como la mía en la que el progreso de los años va a la par del progreso en la infelicidad y la desilusión.

Te pido que no procedas como la gente vulgar, que es siempre despreciable; que no me vuelvas la cara cuando nos crucemos ni guardes de mí un recuerdo teñido por el rencor. Preservémonos uno en el otro como dos conocidos de infancia que se amaron un poco cuando niños y aun cuando, en la vida adulta, hayan conocido otros afectos y seguido otros caminos, conservan siempre, en un rinconcito del alma, la memoria profunda de su amor antiguo e inútil.
Esto de "otros afectos" y de "otros caminos" vale para ti, Ofelita, no para mí. Mi destino pertenece a otra Ley, cuya existencia ni siquiera sospechas, y que está subordinado cada vez más a la obediencia a Maestros que nada permiten ni perdonan.

No es necesario que comprendas esto. Basta con que me guardes con cariño en tu recuerdo, como yo, inalterablemente, te guardaré en el mío

martes, 10 de junio de 2014

Entre Perro y Lobo - Olga Orozco


Me clausuran en mí.
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:
una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la furia a solas,
y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas.
No consigo saber quién es el amo aquí.
Cambio bajo mi piel de perro a lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas
las planicies del porvenir y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya,
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la
invasión del enemigo.
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo.
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los hombres
un aterciopelado veneno de piedad que raspa en las entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende de mi bastión solitario en el desierto, la sábana del sueño?
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

jueves, 10 de abril de 2014

La caída - Jaime Sabines


Estoy como vacío.
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo
no puedo ya conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas, un antiguo
cansancio, un diario despertar
medio aburrido.
Quisiera hablar, decir: esto que es mío
que nunca tengo en mí, esto que asiste
a la noche en mis ojos, mi corazón dormido
y la tristeza de no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos.
Esto que vive en mí, esto que muere
duras muertes conmigo,
el manantial de gracia, el agua de pecado
que me deja tranquilo.
Fuego de la purísima concepción, poesía,
bochorno de mi amigo,
sálvame de mí mismo.
Yo soy la tierra ronca, el apretado
yunque en el que cae tu martillo,
me soporto, te espero, ayúdame
a hablar limpio.
Ayúdame a ser solo
y a ser sólo moneda que en bolsillos
de pobres socorra el agua fresca,
el pan bendito.
Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito.
Yo soy sólo la sombra
que madura en un vientre desconocido.

Y estoy aquí, sí estoy,
a pesar de mí mismo,
alucinado y torpe,
airado y sin memoria y sin olvido
igual que si colgara de mis manos
clavadas sobre un muro carcomido.

Mira el odiado llanto,
mira este mudo llanto embrutecido,
sacúdelo del árbol de mis ojos,
arráncalo del pecho sacudido,
no me dejes raíces de congoja
abriéndome el oído,
no quede en mí un amante,
ni un luchador, ni un místico.

Señora de la luz, te mando, te suplico
óyeme hablar sin voz,
oye lo que no he dicho,
con este amor te amo,
con éste te maldigo,
tengo en la espalda rota,
roto, un cuchillo.

Yo soy, no soy, no he sido
más que un lugar vacío,
un lugar al que llegan de repente
mi cuerpo y tu delirio
y una apagada voz que nos aprende
como un castigo.

He aquí tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos,
mi sangre arrodillada
sobre un madero hundido,
y el brazo de mi angustia
saliendo al aire tibio

sábado, 15 de febrero de 2014

Es un temor de algo - Jaime Sabines


Es un temor de algo, de cualquier cosa, de todo.
Se amanece con miedo.
El miedo anda bajo la piel, recorre el cuerpo
como una culebra.
No se quisiera hablar, mirar, moverse.
Se es frágil como una lámina de cine.
Vecino de la muerte a todas horas,
hay que cerrar los ojos, defenderse.
Se está enfermo de miedo como de paludismo,
se muere de soledad como de tisis.
Alguien se refugia en las pequeñas cosas,
los libros, el café, las amistades,
busca paz en la hembra,
reposa en la esperanza,
pero no puede huir, es imposible:
amarrado a sus huesos,
atado a su morir como a su vida.
Ha de aprender con llanto y alegría.
Ha de permanecer con los ojos abiertos
en el agua espesa de la noche
hasta que el día llegue a morderle las pupilas.
El día le dará temores, sueños,
alucinadas luces y caricias.
No sabrá preguntar,
no ha de querer morirse.
Oscuramente, con la piel, aprende
a estar, a revivirse.
Sobre sus pies está,
Es todo el cuerpo que mira en los espejos
para conocerse, el que miran las gentes,
como lo miran.
Él se saluda en el cristal sin dueño,
se aflige o se descansa,
se da las manos una a otra para consolarse,
Oye su corazón sobre la almohada
frotándose, raspando como tierra,
aventándole sangre.
Es como un perro de animal,
como un lagarto, como un escarabajo, igual.

Se recuerdan los días en que somos un árbol
una planta en el monte,
hablando por los poros silenciosamente.
Lleno de Dios, como una piedra,
con el Dios clausurado, perfecto, de la piedra.

Uno quisiera encender cuatro cirios
en las esquinas de la cama, al levantarse,
para velar el cadáver que dejamos.
Ora por nosotros, mosca de la muerte,
Párate en la nariz de los que ríen.

Tenemos, nos tenemos atrás, en nuestra espalda,
Miramos por encima de nuestros hombros
qué hacemos, qué somos.
Nos dejamos estar en esas manos
que las cosas extienden en el aire
y nos vamos, nos llevan
hora tras hora a este momento.

Vida maravillosa que vivimos,
que nos vive, que nos envuelve
en la colcha de la muerte.
Salimos, como del baño, del dolor
y entramos a las cosas limpiamente.
Dulce cansancio del reposo,
El sol vuelve a salir y el hombre sale
a que lo empuje el viento.
(Vuelvo a plancharme el rostro en el espejo,
bozal al corazón, que ya es de día.)

Hijo soy de las horas, hijo ciego,
balbuceante, mecido en un obscuro pensamiento.
No soy éste o el otro, soy ninguno,
qué importa lo que soy, mano de fuego,
llanto de sólo un ojo, danza de espectros.
Hígado y tripas soy, vísceras, sangre,
Corazón ensartado en cada hueso.
De paso voy pero no al paso
del reloj o del sueño,
no con mis pies o con los pies de nadie,
no lo sé, no lo quiero.
Me apagan y me encienden, me encendieron
como una flor en el pecho de un muerto,
me apagaron como apagar la leche
en los ojos dulces del becerro.
Fumo, y es algo ya. Bebo,
Como mi pan, mi sal y mi desvelo,
me dedico al amor, ejerzo el canto,
gano mujer, me pierdo.
Todo esto sé. ¿Qué más?
Guerra y paz en el viento,
palomas en el viento de mis dedos,
tumbas desde mis ojos,
yerbas en el paladar de este silencio.

Hablemos poco a poco. Nada es cierto.
Nos confundimos, apenas si alcanzamos
a decir la mitad de esto o aquello.

Nos ocurren las cosas como a extraños
y nos tenemos lejos.

He aquí que no sabemos.
Sobre la tierra hay días ignorados,
bosques, mares y puertos.